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roberto zucco

Empezar a ser lo que soy (3) La elección de la especialidad

Empezar a ser lo que soy (3) La elección de la especialidad

 

Por aquellos años, la carrera de Filosofía y Letras se dividía en dos grandes fases: los dos cursos llamados “comunes”, que eran los dos primeros, y la especialidad, que abarcaba los tres últimos. La idea era que los primeros años proporcionaban una cierta cultura general y los tres últimos formaban ya en una disciplina o conjunto de disciplinas más específicas. Creo que ahora ocurre exactamente lo contrario, y supongo que el resultado será más o menos igual. Yo a estas alturas de mi vida desconfío absolutamente de todos los planes de estudios y creo que es la voluntad de estudiar, o mejor dicho, de aprender, y la sabiduría de los maestros para transmitir adecuadamente sus conocimientos (si los hubiere, naturalmente), los factores que, combinados en su justa proporción, realmente terminan capacitando personal y profesionalmente a las personas, “a pesar” de los planes.

Sea como fuere, a lo largo de todo este segundo curso fui concretando mi futura vocación universitaria hacia el estudio de la Lengua y la Literatura españolas. Yo creo que esto se debía a que en el fondo si la elegía estaba siguiendo un poco lo que ya realmente hacía de una manera bastante sistematizada: leer. Y eso, en principio, no parecía demasiado complicado. Por aquellos años no existía ninguna especialidad en Zaragoza que fuera en esa dirección, aunque algunos más tarde si fue posible hacerlo. Me salvé por los pelos, pues, porque yo lo que quería era intentar la aventura de la fuga. ¿Pero, de verdad quería eso una persona acostumbrada como yo a vivir instalado en el confort de su minúsculo núcleo familiar?

Un poco sí, y un poco no. Reconozco que quería era volar a mi aire, sin demasiada presión académica, aunque me costaba un gran esfuerzo dejar a mis padres, el paisaje de mis amistades y las tentaciones habituales de la noche en Zaragoza. En fin, sea como fuere, al acabar el curso eché todas las instancias necesarias para inscribirme en Madrid y Barcelona en las especialidades de Filología Hispánica, y creo que también de Historia Contemporánea. Debo aclarar que al término de este segundo curso mi expediente seguía siendo muy bueno, incluso excelente, dado que no había perdido mi capacidad para interesarme de verdad por algunas asignaturas, y copiar en las que ya sabemos. Por eso obtuve un resultado abrumador: me admitieron en todas las facultades solicitadas, pudiendo elegir ciudad, carrera y hasta residencia en varios colegios mayores universitarios. De entre todos los posibles, y ya elegida la opción de Barcelona, elegí el San Raimundo de Peñafort, en donde estaban alojados unos cuantos antiguos compañeros de colegio y del que tenía bastante buenas referencias.

Todas estas gestiones las hice una mañana acompañado de mi padre. Ambos siempre hemos recordado como si fuera ayer, cuando sentados en un velador del “Café Estudiantil”, en la Plaza Universidad, delante del magnífico edificio, rellené las instancias para matricularme en Filología. He pasado cientos de veces por aquel lugar, y no ha habido una sola que no haya recordado esa mezcla de ilusión e incertidumbre que, estoy seguro, el incierto futuro lejos de casa de un chico de veinte años, lleno de dudas y poseedor de alguna que otra certeza, que, al final iba a separarse de su familia y su ciudad.

 

Y llegó el día señalado. No recuerdo la razón pero sí algunas de las personas que me acompañaron a aquel TALGO que, si no surgía ninguna extraña novedad, me iba alejar de Zaragoza hasta las próximas navidades. Allí estaban, naturalmente, mis padres, y creo que Gerardo Z. y Chuchi. Como libro de cabecera para el largo trayecto de más de cinco horas llevaba “Anatomía del realismo”, de Alfonso Sastre. El tren se puso en marcha y mi familia y mis amigos quedaron en el andén de la estación de “El Portillo” que, por cierto, no existe desde hace muy pocos meses y en cuya cafetería nos habíamos corrido durante los últimos años unas juergas tremendas, pues no cerraba en toda la noche.

5 comentarios

Maverick -

¡Eeeeeh..!¿Qué pasa..?

Fátima -

No puedo evitar sonreír cuando leo esos recuerdos de tu juventud. Quizás porque me hacen voltear la vista atrás para ver los míos, que ahora que lo pienso, no andan tan lejos.
Siempre es un placer leerte, caro Roberto. Bienvenido.

elisa de cremona -

por fin te vuelvo a ver...
hoy es mi cumple... y sólo pienso en regalos... pero me pondré al día de lo último

un besote

linda -

leerte después de mucho tiempo es como encontrar a un íntimo amigo que hace años que no ves. Antes de acabar el primer párrafo, ya siento que no he dejado de leerte nunca. Un abrazo fuerte. Hablamos.

amaltea -

Mi queridisimo Zucco, te veo, te leo, te reflexiono, pero tengo una mano "inútil" y no pudo escribir.
Ten la absoluta certeza de que te sigo venerando.