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roberto zucco

Moscú (2)

Moscú (2)

Primera noche en Moscú y primera noche de insomnio, algo habitual en mí. Leo con atención pero escaso entusiasmo “La bruja de Portobello”, de Paulo Coelho, de quien no conocía nada hasta ahora. La habitación es grande y un poco destartalada. Amanece en Moscú, y desde mi ventana veo como se despierta esta gran ciudad.

  

Por la tarde quedo en la recepción del hotel con Ernesto, un ecuatoriano que vive y ha creado aquí su familia. Está casado con una chica rusa, tiene dos hijos varones de cinco y tres años y espera para Octubre un tercero. Ernesto me va a llevar y traer a partir de ese momento por Moscú.

  

Nos montamos en su coche y vamos en dirección a una parada de metro en donde hemos quedado con Nathalie que va a ser algo así como mi traductora y guía por la ciudad. Comenzamos a dar vueltas y vueltas por las autopistas que circundan la capital. En realidad no tenemos ninguna prisa excepto la de la cortesía de no llegar demasiado tarde.

  

Llegamos al lugar de la cita y nos encontramos con Nathalie, una chica sonriente, tímida y educada. Montados en el coche de Ernesto nos dirigimos hacia el centro y más en concreto hacia las inmediaciones de la Plaza Roja, el lugar que empezara a poblarse de comerciantes y artesanos a partir del siglo XII. Iván el Terrible ordenó tres siglos después despejar la zona de casas y demás construcciones para crear un espacio monumental que ha albergado las páginas más emblemáticas, triunfales y sangrientas, de este país. Conforme nos acercamos, el tráfico se va espesando, lo cual me permite contemplar con calma una ciudad peculiar, destartalada y bastante sucia, que intenta modernizarse incorporando bares, restaurantes y edificios homologables con los de cualquier otra ciudad europea. Al llegar nos despedimos de Ernesto y comenzamos a andar por la inmensidad de la plaza pasando primero por el fabuloso edificio rojizo del Museo de Historia.

  

Aquí está todo el esplendor de Moscú. Al fondo la conocida imagen de la Catedral de San Basilio perfila el confín de tamaña inmensidad. Este magnífico edificio fue también un encargo de Iván el Terrible para celebrar la toma de la fortaleza mongola de Kazán y fue terminado en 1561. Hago fotos, me hacen fotos. A la derecha queda el mausoleo de Lenin, cerrado y sin las colas que hace poco tiempo lo distinguían. El cadáver embalsamado del gobernante ruso, muerto en 1924, ha dejado de interesar a la gente, y corre un rumor de que en breve va a ser trasladado a otro lugar. Lo he leído y se lo cuento a Nathalie que me escucha sonriente con atención y una cierta indiferencia.

  

Paseo posterior por las inmediaciones. Entramos en GUM, los grandes almacenes que antes de la revolución era un punto neurálgico de comerciantes. Ahora ese estilo neoruso diseñado por Alexandr Pomerantsev a finales del siglo XIX, me recuerda enormemente las Galerias Lafayette, de París, y así se lo digo a Nathalie que también las conoce perfectamente. A esta chica todo lo que yo digo le parece bien y asiente sin aparente pasión. No sé mjuy bien si es una manera de manifestar su cortesía o es que le importa un pepino lo que yo pueda opinar de las cosas.

  

Después de una visita a los jardines que circundan el Kremlin, le propongo pasear por el Arbat, porque tengo un hambre de mil demonios e intuyo que allí habrá restaurantes. También le parece estupendo. Estamos a unos veinte minutos andando. El recorrido se me hace un poco largo porque me duele la rodilla, pero al fin nos metemos en la famosa calle, tal vez la que intenta parecerse más al ambiente de los grandes lugares de encuentro europeos, como la explanada de Boubourg, en París, la Plaza Mayor de Madrid o las ramblas de Barcelona. Aquí también cada cinco metros hay un mimo, o un señor que toca la guitarra.

  

Mis intuiciones se cumplen: hay restaurantes de todo tipo, pequeños y grandes, de comida rusa, oriental, italiana, etc. Nos sentamos en una pequeña terraza. Al lado se escucha una versión de “Yesterday”, de los Beatles, que me invita a decirle a mi hierática acompañante que todas las ciudades del mundo empiezan a parecerse bastante. Asiente. Pido una sopa, de cuyo nombre no me acuerdo, pero que está excelente, y unas costillas de cerdo. Ella cena una gran salchicha y bebe un vasito de vino tinto. Sonríe.

De pronto mira el reloj y me previene que falta muy poco para que cierren el metro. Pago la cuenta en metálico y nos vamos apresuradamente hacia la próxima estación de metro que es una maravilla. Niñita Jrushov y Lazar Kaganovich, cuando eran jóvenes comunistas, impulsaron a principios de los años treinta su nacimiento como escaparate mundial de las conquistas que el nuevo régimen iba a traer a la sociedad. Fue construido por voluntarios de la Liga Comunista y por soldados el Ejército rojo. Ahora, si no fuera por su belleza especial, sería una cloaca social, un lugar en el subterráneo de la gran ciudad en donde todo es posible.

6 comentarios

Alberto -

Notable tus textos, gracias por ello, me llevas a recorrer mundos y situaciones tan lejanas, por el momento, para mi. Saludos desde Chile
Alberto Navero

Rain -

Oh, por el orden de tu entradas, creo que la que está luego es la que vendría aquí. Y me fijo en ello porque justamente me refería a los metros de Moscú.
Un síntoma lo que señalas sobre el descuido de la ciudad que me produce un punto melancólico (que alejaré) pues evoco a una Moscú impoluta, y por otra parte la construcción de restaurantes similares a los de toda Europa no me sorprende. Sí me hace pensar en que los arquitectos visionarios escasean. Moscú tendría sus propios signos de identidad con una mirada arquitectónica más vasta.

Mi amigo, sigo tus impresiones. Muchas gracias por compartirlas.

Grandes salutes.

rythmduel -

Ahí, ahí, amaltea, me lo cuide entre algodones... Seguimos leyendo.

amaltea -

Bienvenido seas.

Procuraremos darte entre todos, todo lo que necesites para lograr que te encuentres bien,relajado y cómodo, y así te quedes con nosotros el mayor tiempo posible.

Un abrazo fuerte y ¡Bienvenido!

Calamity -

¡Yo también me quedé en el Cosmos, qué casualidad! (eso sí, no he dormido mejor en mi vida que allí, te lo aseguro).

Espero que además de Arbatkaya y de la Plaza Roja (y demás sitios) visitaras Novodevichi, sin lugar a dudas una de las cosas más bonitas de Moscú (y bailaras el lago de los cisnes en el lago de los cisnes, que allí mismo está).

Besote. C.

Mulder -

Me alegra volverte a leer