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roberto zucco

Sentimentalmente antifranquista (5)

Sentimentalmente antifranquista (5)

En ese grupo aprendí y enseñé mucho. Hacía poco que había pasado por Zaragoza, una versión de “La rosa de papel”, de Valle Inclán, interpretada en su papel principal (Simeón Julepe), por Antonio Ferrandis y dirigida por José Luis Alonso. Esta puesta en escena me causó una honda impresión. Por eso, la propuse como la primera parte de un extraño espectáculo en donde la segunda sería “La cantante calva”, de Ionesco. Aquel mejunje de estilos, autores y épocas se me ocurrió a mí, como no podía ser de otra manera, y las razones de aquello quedaban expresadas en un programa de mano que todavía conservo: “para obligar al espectador a tener que cambiar de actitud mental, para ponerle ante los ojos cosas diametralmente opuestas, para sentarlo de diferente forma en su cómoda butaca de espectador burgués”.

 

Por diferentes razones, el compañero de Facultad que encarnaba a Julepe en la primera no daba la talla interpretativa, según parece, y tomé la equivocada decisión de sustituirle personalmente, con lo que en la primera de ellas mis cometidos eran dobles y de ello se resintió lamentablemente el espectáculo. Sin embargo, la puesta en escena de la obra de Ionesco creo que fue un rotundo éxito, a juzgar por los favorables comentarios que suscitó en los pocos lugares donde fue representada. Recuerdo muy bien el esfuerzo que todos metimos en aquella empresa y en especial las tareas de construcción de los decorados y los elementos de atrezzo entre los que se encontraba un ataúd de madera blanca, del que me habló hace unos años en Nueva York, Angel Gil Orrios. Por lo visto, después de utilizarlo en nuestra función se lo presté a él y nunca más me lo devolvió. Pero como digo, el estreno fue tremendo.

 

Y es que me olvidé del texto en mitad de la función del estreno y me comí casi quince minutos de la obra... Desde entonces he tenido un miedo irracional y nunca del todo superado a salir a un escenario y tener que decir un texto aprendido de memoria. Ni siquiera mis primeros (y últimos) años de actor en el Teatro de la Ribera, en los que no recuerdo haberme olvidado jamás de mi texto, sirvieron para hacerme perder un miedo que todavía sigue vigente. Se daba la circunstancia que en “La rosa de papel” se hacía necesaria la participación de dos niños, lo cual le añadía a los ensayos un cierto nivel de dificultad superior,  dada la atención especial que los diminutos actores requerían. No recuerdo cómo ocurrieron exactamente los hechos, pero mi olvido y el salto temporal que inevitablemente propició en el desarrollo dramático, y que incluía que un personaje que no había muerto, puesto que su muerte efectiva sucedía durante mi lapsus,  desapareciera inexplicablemente del escenario, hicieron incomprensible la función para el público que vino a verla en el salón de actos de un centro parroquial en el barrio de Torrero. Decidimos, a partir de aquella pequeña catástrofe, representar solo la segunda parte en la que yo no intervenía. Desde aquel día me han parecido siempre unos suicidas los directores de escena que, además, actúan en sus propios espectáculos.

 

A pesar de este pésimo recuerdo, no cabe la menor duda de que esta experiencia universitaria fue determinante en mi carrera posterior. También siguió teniendo una gran importancia el hecho de seguir viendo teatro en Zaragoza, y, por primera vez, en algunos teatros de Madrid, de los que venía siempre lleno de ideas y sugerencias para mis supuestos nuevos montajes. Recuerdo con especial entusiasmo la puesta en escena de “Canta, gallo acorralado”, de Sean O´Cassey, con dirección de Adolfo Marsillach, que tuve la oportunidad de ver en el teatro la Comedia, como un espectáculo estimulante y que me hizo nacer una especial admiración por este director al que años después tendría la suerte de conocer personalmente. No sé si fue en ese viaje o en otro anterior que me presenté en los estudios de TV española para hablar con José Luis Alonso y Antonio Ferrandis del montaje que tanto me había influido y que yo estaba preparando en Zaragoza con toda la ilusión del mundo.

 

La lectura de algunos textos teóricos, como “Teatro, realismo y cultura de masas”, de Juan Antonio Hormigón, que devoré en un viaje que por primera vez hice a Andalucía con mi madre, y abundantes obras teatrales y literarias en general, constituyeron un alimento importante en esa incipiente nutrición cultural en general, y teatral en particular, que siempre he pensado que fueron decisivos para mí.

 

Pero en aquel periodo viví una circunstancia que me parece digna de destacar y que, sin duda, supuso un nuevo aliciente en el sedimento de una afición que: el conocimiento casual del dramaturgo Antonio Gala.

 

2 comentarios

número 6 -

Casualmente, fueron Adolfo Marsillach junto con Nuria Espert, los que allá por el ya lejano año 1968, me hicieron concebir la idea de que yo debía dedicarme al teatro como actor. Lástima que ya tenía mi profesión encarrilada por otros caminos y no tuve valor para emprender éste. Por otra parte, me asombraba esta inclinación totalmente desconocida para mí hasta aquel momento, ya que además, no había ningún precedente en la familia ni en el círculo de mis amistades.No comenté en su momento con nadie esa inquietud...
Mi madre murió hace tres años y meses después, hablando con sus hermanos,o sea mis tíos, resultó que ella se había querido dedicar al teatro, llegando a formar parte de un grupo de aficionados. La cuestión es que tuvo que dejarlo, por que su padre amenazó con echarla de casa si persistía en su actitud.
Jamás en mi vida había sabido nada al respecto, y este conocimiento hizo que desde ese momento,recordara a mi madre de forma diferente.
Saludos, Zucco y demás amigos.

Miranda -

Madremia!!!
He soñado cantidad de veces con esa situación. Estar en el escenario y quedarte en blanco. Qué pesadilla!. Me despierto con un dolor espantoso de cabeza, temblando.

Tuvo que ser terrible.

Un abrazo.

M.