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roberto zucco

Santo Domingo-Santiago de los Caballeros

Santo Domingo-Santiago de los Caballeros


1. Los trámites en el aeropuerto de El Dorado son lentos y difíciles, a pesar de que es el primero por volúmen de carga y el quinto en número de pasajeros de toda Latinoamérica. A estas horas de la mañana sus instalaciones están colapsadas de gente que se dirige a diferentes lugares del continente. Las indicaciones brillan por su ausencia, y, para colmo, en el momento de facturar el equipaje, una señorita me informa que todavía debo pagar un impuesto... ¡en dólares!. Para hacerlo debo perder mi turno, cambiar euros y regresar al punto anterior. Finalmente me subo en un avión de Copa Airlines que me deja en el aeropuerto de Tocumén, en Panamá, en algo más de una hora. Ahí compruebo que mi móvil no funciona, algo que me irrita porque ayer se me olvidó hacer un par de llamadas urgentes.

Pero bueno, ya estoy en otro avión que me deja en el Aeropuerto de Las Américas, de Santo Domingo. Al llegar se me agolpan los recuerdos. De manera especial los del último viaje: el insomnio, aquel gallo cabrón, las lluvias permanentes, el molesto lodazal de las calles de las Terrenas, y el comportamiento de algunos dominicanos que me sacó literalmente de quicio en más de una ocasión. Aquí estoy de nuevo en un país que no conocía hace apenas un año y que se ha convertido en una referencia importante en mi propia vida.

Me alojo en el Hotel Sofitel Francés, en la zona colonial. Es un edificio del siglo XVI que contiene sólo 19 habitaciones. La mía es amplia, de techos altísimos, pero no demasiado confortable. Al hotel le hace falta una reforma de servicios e instalaciones para equilibrar el precio. Lo mejor, el patio interior que sirve fundamentalmente de comedor al aire libre.

Estoy tres días aquí. En ellos paseo por la zona colonial, voy a restaurantes –como el Mesón de la Cava, en el interior de una gruta, en donde nos comemos una magnífica langosta-, y charlo con amigos y amigas. Todos ellos se quieren venir a España.

2. El taxista a quien conocí en el primer viaje me lleva con su guagua por las carreteras interiores del país en dirección a Santiago de los Caballeros. No para de hablar, de contarme anécdotas personales. Ayer, por lo visto, fue el cumpleaños de su nieto de cuatro años. A mí me encantaría que se callara un rato porque tengo un sueño de mil demonios y porque me gustaría contemplar en silencio los parajes que atravesamos, llenos de vegetación. Finalmente, a pesar de todo, me quedo dormido, y este hombre me despierta una hora más tarde diciéndome que estamos a las puertas de la ciudad. Nuestra cita es en el Macdonallds de la calle El Sol, la principal arteria.

Santiago de los Caballeros, capital de la provincia del mismo nombre y de la región del Cibao, es la segunda ciudad de la República Dominicana, tanto en población (unos 700.000 habitantes) como en importancia comercial. Wilkipedia dixit: “Santiago ha sido testigo de importantes eventos históricos. Cabe mencionar la Batalla del 30 de Marzo (1844) o Batalla de Santiago, con la cual los dominicanos consolidan su independencia y tuvo lugar en el actual Parque Imbert de esta ciudad. (…) Fue capital de la República Dominicana durante la Guerra de la Restauración (1863-1865)”. Pues eso.

Me alojo en el hotel Platinum. Lamentable. A media noche el “abanico”, es decir, el ventilador del techo, se pone en marcha sin encomendarse a dios ni al diablo. Llamo a recepción y sube un tipo, somnoliento y malhumorado, carente de imaginación. No consigue arreglarlo y se marcha sin darme ninguna solución. Se me queda cara de imbécil. Me subo encima de la cama, y atranco las aspas del cacharro con libros y revistas. Esta operación la repito las tres noches... Cuando todo parece en orden comienza una fiesta particular en una de las habitaciones cercanas. Vuelvo a llamar a recepción y un guardia de seguridad, con la misma convicción que el anterior, sube y habla con los moradores. Estos, no podía ser de otra manera, no le hacen ni caso y continúan riendo y cantando. Llamo nuevamente, y vuelve a suceder lo mismo. El silencio se instaura cuando la juerga ya no da más de sí. Momento en el cual, la pareja de la habitación de al lado se pone a follar ruidosamente. Esta vez no llamo a nadie, faltaría más, primero porque ya sé que es una pérdida de tiempo, y segundo, porque por muy esforzados que sean los amantes, la resistencia humana tiene sus límites, de lo cual hoy me congratulo aunque otras veces lo lamente... .

En Santiago estoy con una gente encantadora. Me llevan y me traen, y me enseñan el Monumento a los Héroes de la Restauración, erigido por el dictador Trujillo, obra del arquitecto Henry Gazon Bona y que se ve desde todas partes. Cenamos dos veces en el restaurante “Camp David”, situado en una montaña cercana, en donde se aprecian unas vistas excelentes, comparables a las del Tibidabo en Barcelona. Ahí mismo se exhiben algunos coches particulares del dictador. Por cierto, en este lugar tuve una conversación entrañable que dará pie, sin duda, a que revitalice la sección “Restaurantes definitivos” de este mismo blog.

3. Regreso a Santo Domingo. Me hospedo por unas horas en el Meliá. Es agradable que le conozcan a uno. Hablo bastante con el Jefe de Seguridad del Hotel, un exfutbolista de aspecto imponente, que me dice que es abuelo y que su hija vive desde hace años en España. También hablo mucho con una bellísima camarera del bar, fundamentalmente de cine, que es su pasión.

Por la tarde del día siguiente inicio el camino de regreso. Iberia se ha enrollado y no he tenido que hacer el camino inverso y volver a Buenos aires. Hubiera sido terrible. En el vuelo hablo mucho con la sobrecargo, una chica de Valladolid, alta, rubia e inteligente. Descubrimos que tenemos amistades comunes. Veo dos películas. Me gusta especialmente “El concursante”, opera prima del director gallego Rodrigo Cortés, con Leonardo Sbaraglia como protagonista, que está magnífico. Es una película inteligente, con momentos excelentes. No duermo. Escucho música y bebo cognac que me sirve amablemente mi amiga vallisoletana.

Amanece. Por la ventanilla del avión se ve Madrid. Se acabaron las vacaciones o lo que haya sido esto.

11 comentarios

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merli -

Hola se que no te importara mi comentario xq no nos concoemos, pero creme q quedeespantada de leer tu relato estoy a puntod e ir a vivir a santo domingo x trabajo con un nene de 6 meses y no quisiera paarr por lo que pasaste tu
ojala tenga mejor suerte, soy peruana y bueno a tu amiga Miranda le digo que en todos lados se cuecen habas asi se dice en peru y queire decir que en todo el mundo hay lugares boitos y lugares feos, no te espanes que Latinoamerica es muy bonita asicomo españa.

elisa de cremona -

pues si no eran vacaciones, se asimilaron bastante...
pues yo he optado por el invierno y entre las escaleras de la Sisi emperatrizzz me verássssss

besotess

Rain -

Una pausa grata en medio de los avatares, eh. Oh, bueno, y mucho más porque viene de ti. Lo que escribes, lo que compartes, queda en el imaginario. Gracias. Abraxo.
(Sí, con la x ) :)

Miranda -

Roberto, yo te sigo siempre, lo que pasa es que no te escribo nada porque me siento como una especie de agorera revienta climax.
Todos esos sitios de América del Sur que tanto recorres me espantan, pero me gusta leer lo que cuentas.

Sobre todo me gusta ver que vuelves a escribir.
Eso es muy buena señal por un lado...y probablemente mejor por otro.

Beso.

M.

Jesús Miramón -

Veo (con envidia) que has recorrido medio mundo. También que sabes describirlo maravillosamente bien. Volveré por aquí.

Jesús

elene -

Ya empiezas a darme envidia otra vez, zuquito.

amaltea -

Caramba con el Platinum.
Definitivamente...
Como en la casa de uno mismo nada.

amalia -

Qué bien escribes, Roberto Zucco!
Hasta me pareció oir mosquitos al leer tu noche en el hotel Platinum.

Trini -

Eso iba a preguntarte si eran tus vacaciones o un vieje ineludible?...
Bueno, estoy segura que dentro de unos días comenzarás a disfrutar de lo que has visto, en cuanto descanses.

Gracias por tu visita
Un abrazo