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roberto zucco

Moscú (3)

Moscú (3)

La gente que nos dedicamos al teatro tenemos un gran respeto por la figura de Konstantin Stanislavski. Muchos no creen demasiado en lo que ha venido a llamarse su “método”. Incluso hay algunos que lo consideran superado y hasta peligroso. Pero otros creemos que en él están contenidos algunos de los hallazgos más importantes para comprender y practicar el arte de interpretar encima de un escenario.

  

En mi caso, al menos es así. Entiendo que muchas de las cosas que Stanislavski escribe son la consecuencia lógica de las circunstancias específicas de su tiempo. Por lo tanto, su aplicación actual es anacrónica y poco útil. Sin embargo, el meollo de su reflexión sigue vigente. ¿Cómo conseguir que un actor pueda incorporar y transmitir la sensación de vida real de su personaje encima del escenario, un lugar en donde paradójicamente es bastante difícil hacerlo? A partir de esa pregunta, Stanislavski elabora una serie de teorías en las que tiene en cuenta múltiples aspectos pero que podríamos dividir básicamente en dos. En primer lugar estaría la relación del actor consigo mismo: cómo entrenar el cuerpo y la mente para revivir y aprovechar adecuada e inteligentemente sus propias emociones y recuerdos. En segundo, la relación del actor con ese personaje que, en realidad, no es más que un montón de palabras a las que hay que dar una forma escénica en relación con otras y en relación a una acción dramática preestablecida desde fuera. Me he pasado muchos años de mi vida leyendo sus escritos, y he invertido mucho tiempo explicando a los que fueron mis alumnos mis propias conclusiones, intentando motivarles para sacar las suyas propias.

  

Por eso, sentí una emoción intensa en el momento en que entré en la casa en la que el maestro vivió durante sus últimos dieciocho años, desde 1920 hasta 1938, donde murió a los setenta y cinco, y en donde trabajó con sus alumnos/actores, especialmente cuando sus enfermedades le impedían salir a otro lugar. En esta casa/museo también se encuentran las dependencias de su mujer, la actriz María Lilina.

  

La mansión dieciochesca está situada en el centro de Moscú a escasos trescientos metros de la Plaza Roja. Se entra a la misma por una especie de patio interior y es necesario subir unos vetustos escalones de madera para llegar al primer piso. Allí nos recibe un hombre que nos advierte sobre la imposibilidad de hacer fotos a menos que se paguen cien rublos por cada una. La otra posibilidad es adquirir un folleto en donde todo está debidamente fotografiado.

  

En la entrada me llama la atención de manera especial una mesa de mármol blanco en donde el grupo realizaba su trabajo de análisis y reflexión sobre los textos dramáticos. Es muy interesante ver al lado el aula, una especie de pequeño teatro con unas sillas, un piano, y un sillón para el maestro en donde éste impartía sus clases. Pero lo más emocionante para mí fue penetrar en su cuarto de trabajo. Allí están, entre otros muebles y objetos, su librería y su escritorio de madera oscura en donde la dirección de la casa ha dejado unos papeles escritos de puño y letra por Stanislavski. A esta dependencia se entra por la mítica puerta que sirve para que sus alumnos comiencen a hacer adecuadamente sus improvisaciones y ejercicios y a la que se refiere una y mil veces en sus propios textos.

  

Cada una de estas dependencias nos fue mostrada por una persona diferente, todas ellas mujeres. Primero le explicaban a Nathalie de forma pormenorizada todos los detalles de las mismas, naturalmente en ruso, y, mientras, yo aprovechaba para leer una hoja mugrienta escrita en francés. Finalmente, mi amiga me hacía un perfecto resumen de lo que le acababan de contar.

  

De esa tarde en Moscú en casa de Stanislavski me acordaré siempre también de algunos pequeños detalles. En su cuarto de trabajo, además de un boceto escenográfico de Gordon Craig, un regalo de Isadora Duncan, etc, me llamó la atención por ejemplo una estatua de Don Quijote de la Mancha.

La tarde anterior, Nathalie y yo habíamos visto un espectáculo en el mítico Teatro del Arte de Moscú, el que fundara el propio Stanislavski con Nemirovich Danchenko en 1897. Allí vimos “La trilogía del dragón”, de varios autores y dirección de Robert Lepage dentro del Festival Chejov que se celebra habitualmente en verano. Excelente espectáculo, por cierto, en un lugar en donde el dramaturgo que da nombre al festival estrenara en 1898 de la mano de Stanislavski “La gaviota”, tal vez su texto teatral más emblemático y todo un manifiesto de intenciones estéticas por parte de ambos artistas.

3 comentarios

amalia -

Es emocionante sentir, a través de los objetos o espacios que pertenecieron a una persona que ya no está,la energía que creó su vida, y que sigue vibrando en ellos.

Rain -

Creo que la energía de esos días, queda flotando en el aire y se renueva con cada visita de los que admiran el legado de Stanilavski. Un suceso en tu vida que compartes con nosotros. Gracias.

Moscú es una de las ciudades más bellas del mundo. Lo había olvidado.

Scarlett -

Aish, qué envidia!. Reconozco que no soy partidaria del "método". A los veintipocos, o sea, hace ná y menos ;), estudié interpretación, y Stanislavski no me acabó de convencer, aunque reconozco que a muchos de los Grandes del teatro y del cine les ha servido y mucho. De todas formas, me encantaría visitar su casa, no deja de ser un personaje muy importante para los que disfrutamos viendo historias sobre un escenario. Leyendo tus posts sobre Moscú, me da rabia la fobia que le tengo al frío, ya que me estoy perdiendo un montón de sitios interesantes descartándolos por su clima. Algún día aprenderé, espero...