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roberto zucco

Leer como necesidad

Leer como necesidad

Cuando las moléculas del cuerpo humano necesitan proteínas el estómago en concreto te solicita un filete de ternera. Entras en un restaurante y ya sabes lo que vas a pedir, incluso parece como que alguien –tu propio organismo- decidió ya el menú cuando doblaste la esquina. 

Esto es así y subraya nuestro enorme componente bioquímico. Estamos hechos de lo que estamos hechos, y por mucha poesía que le pongamos a la vida y creamos en la autonomía de la esfera espiritual, las mezclas químicas, las secreciones internas, esa prosa oscura y secreta compuesta de humedades y corrientes interiores, determina en gran medida nuestra realidad física, intelectual y afectiva.

Cuando hace años me abandonó una novia y yo andaba sumido en la melancolía más profunda, un amigo que a la sazón estudiaba Medicina me dijo que no me preocupara demasiado, que el dolor producido por el abandono de aquella ingrata adolescente estaba regulado finalmente por la secreción de una hormona de cuyo nombre no me acuerdo (de la ingrata sí: Irene...), que, como todas las secreciones, tenía fecha de caducidad. No me gustó la idea de estar tan “prederteminado”, pero cuando se me pasó la pena le agradecí mucho a la hormona que las cosas ocurrieran dentro de mí de este modo. 

Algo así debe pasar con otros aspectos de nuestra existencia. Yo, por ejemplo, he estado un año sin leer un libro. Y de esta particularidad soy el primer gran sorprendido. La achaqué a dos posibles causas. La primera podía tener relación con una especie de saturación, un empacho de literatura. Debo confesar que siempre fui un buen lector, pero nunca un lector metódico. Unos libros me llevaron a otros y así sucesivamente, y pocas veces, ni cuando en la Universidad me obligaban a ello, dediqué mucho tiempo seguido a una temática concreta. Al revés, de una novela pasé a una obra de teatro, y de ésta a una autobiografía, a un libro de poemas o a un libro de recetas culinarias, llevado más por el azar y las necesidades de orden práctico que por el rigor intelectual o el afán de culminar un estudio específico.

La segunda causa podía tener relación con la realidad de mi vida. Es decir que, por diferentes razones, no he tenido tiempo ni disposición anímica en este último periodo para enfrentarme a las páginas de un nuevo libro.  

Aunque algo de verdad debe haber en las dos teorías, la principal creo que no está ahí. La principal es que no tenía ganas de leer porque sencillamente no necesitaba leer libros. Y de pronto he necesitado volver a leer. Alguien dirá: claro, es que ahora ya te ha bajado la digestión de los libros leídos anteriormente... y dispones de más tiempo y más tranquilidad para leer… Y seguramente tendrán razón quienes piensan ambas cosas, aunque, siendo parcialmente verdad en sí mismas, no explican totalmente el fenómeno. Porque incluso me han vuelto a interesar las librerías y las otras personas que han seguido leyendo.

Confieso que, junto a la pérdida del apetito literario, me sobrevino, como a Molière, una especie de despreciativa distancia hacia los que leían mucho, o, mejor dicho, hacia quienes exportaban al exterior la disposición a hacerlo con evidente desmesura y falta de recato. Esos que no paran de citar al último autor devorado, o a los que llevan un cuaderno de citas mental que utilizan astutamente cuando les conviene dar una imagen determinada refinamiento cultural. Es decir, contra la pedantería intelectual y sus representantes.

También contra las librerías en sí mismas, como templos sagrados de la erudición excluyente, y, por supuesto, contra los libreros, infames ratoncillos de biblioteca, esos a quienes el conocimiento de  los pormenores de todas las fichas bibliográficas, incluyendo el tamaño de los libros, les exime de su lectura, y que en otro tiempo tan simpáticos me caían por su capacidad para buscar y encontrar entre las estanterías lo que yo buscaba entre las  tinieblas de mi ignorancia. 

Las cosas vuelven a su cauce, y leer vuelve a ser un placer para mí. Un placer sencillo y privado. Primero fue la prensa, o mejor dicho, la parte política e intelectual de la prensa, porque en este periodo de sequía no he dejado nunca de leer las noticias deportivas. Después, la crítica literaria de algunas revistas. Por último, ya directamente, los libros.  

Ha habido tres en concreto que han contribuido a devolverme la fe en la lectura y sus satisfacciones. Es decir, estaban en el momento adecuado, en la estantería adecuada... y son buenos. El primero es del psiquiatra Luis Rojas Marcos. Su título es “La fuerza del optimismo”. Se trata de un ensayo magnífico, correctamente escrito, y que parece que me define a mí personalmente, optimista recalcitrante. El segundo es “El libro de las ilusiones”, novela de Paul Auster que ya leí en su momento y que me ha vuelto a maravillar. De él me viene ahora una necesidad acuciante de leer "Las memorias de ultratumba", de François-René de Chataubriand. El tercero es “El misterio de la Torre Eiffel”, una novela de Pascal Lainé, que narra maravillosamente las peripecias de la construcción del monumento más emblemático de París de la mano de las biografías de algunos seres que la vieron levantarse sobre sus cabezas o tuvieron arte y parte en su construcción. 

Por cierto, este último libro me lo compré en un lugar de una hermosura sin límites, la Librería Ateneo, de Buenos Aires (ver foto), espacio que conserva la estructura de un espacio teatral anterior llamado Cine Teatro Grand Splendid y que mi amigo Nacho me recomendó durante mi reciente estancia en esa ciudad. En Internet circula un video en donde se hace un recorrido por sus recovecos. 

Esa hermosura espacial he sido capaz de saborearla ahora. Tal vez dos meses antes ni hubiera entrado en ella despreciando la abundante oferta de sus estantes por un miseable carajillo en una triste tasca de tres al cuarto. En ella encontré ese libro que acabo ahora de devorar con placer. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿La necesidad de leer me hizo entrar en la bella librería, o la belleza de la librería me llevó hasta el libro?

Sea como fuere, es el cambio de actitud hacia la lectura lo que me condujo hacia ambos, y eso debe tener más relación con la química -estado carencial de mi organismo de proteinas intelectuales en concreto- que con la espiritualidad en abstracto.

Digo yo.

12 comentarios

Rain -

Me refería al formulario que se llena en Blogia, para dejarte a ti, un comentario. Te escribo.

Oh, si no te contesto inmediatamente es porque estoy entretiempos en la red. Gracias mi amigo.
Chao.

Roberto a Rain -

Claro, lo que ocurre es que no puedo entrar a dejarte comentarios!!! Mi correo: www.robertozucco@gmail.com
Escríbeme el tuyo.

Rain -

Mi amigo, he buscado en tus blogs anteriores y en el actual tu correo y no lo hallo. El mío está en cada formulario que se llena para enviar el comentario.
Muchas gracias por tu inquietud.
(Espero tu comunicación). Un gran salute.

Roberto Zucco a Rain -

Querida aniga: estoy montando un dispositivo internacional para llegar a tí. Por favor, entra en mi correo y facilítame el tuyo. Tengo algo urgente que decirte. Roberto.

Rain -

Oh, sí, es como si hubiera una competencia por la cantidad de libros que se hayan leído. Escuchando a un ilustre polifacético sobre cómo lee, esa vez sentí algo extraño. Ahora me doy cuenta que aquello que parecía verguenza era una falta de convicción sobre la necesidad de leer sí o sí muchas horas y acumular lecturas. Creo que eso no es a priori. De lo que se trata (creo) es de estar en un punto en el que leer es alentador, como puede sacarte de ti mismo, angustiarte, trasladarte a otras realidades, mas no dejarte indiferente. Tal vez sacudido, sí. O inquieto, sereno...en fin, mas nunca alelado. Siempre habrán preguntas, siempre habrá algo...

Ah, sí, fue mi papá quien me dio las primeras señales para leer. El rey Midas fue el primer cuento que me sorprendió y desde allí leería historias, más adelante cómics, cuentos...

Vaya, operas como suscitador afectivo mi amigo :)
Te imagino disfrutando nuevas lecturas. Si alguna vez entro a El Ateneo, el primer libro que hojee, será en tu honor. Por ahora el que hoy he adquirido que es uno de Walter Benjamín, al leer su próxima página, la dedicaré a Roberto Zucco.

Chao.

amaltea -

La primera biblioteca que recuerdo, desde luego que no es como la que nos enseñas. Y el primer libro que me prestaron en ella, un preciosísimo libro de peces de colores que nunca olvidaré.
Desde entonces, aprendí a disfrutar del aroma de los libros, del tacto de sus páginas, de sus ilustraciones, de su encuardernación...
Disfruto del silencio que reina en ellas, del rumor de los libros entrando y saliendo de sus estantes, de los lectores absortos en sus libros.
Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas, pero no olvidaré jamás que mi padre me enseñó a ir a la biblioteca de mi pueblo, me hizo socia y me acompañaba a sacar los libros pues tan pequeña era que no me los prestaban.
Era jueves por la tarde y me acompañaba mi padre.

amalia -

Es difícil dejar un comentario que no implique el comienzo de un diálogo.Un ejercicio de retórica, casi.
Muchas veces siento que los sentimientos, pensamientos, en fin, las distintas funciones del espíritu,son nutridas por nuestra química interna.
Así como por épocas no toleramos un determinado alimento, puede ser que por épocas rechacemos la lectura.Personalmente paso de un extremo al otro.Cuando sí leo,me ataca una especie de consumismo intelectual, y me compro cantidades de libros,que jamás podré leer,o que olvidaré si los he leído.
Otros por suerte serán fijados por siempre por mis enzimas neuronales...

giovanni -

Compruebo la existencia de fecha de caducidad. Sólo fechas muy antiguas suelen tener dificultad en caducar. Como dice Cesare Pavese en El oficio de vivir: Toutes les passions s'en vont et s'éteignent, sauf les plus vieilles, de l'enfance (traduit par moi de néerlandais porque no encuentro el texto original).
Un abrazo

Portorosa -

Te iba a criticar una de tus elecciones, pero he recordado que ya lo sabías, y que "me debes" una defensa pública de Auster.
Así que ahora que te has reconciliado con lectura y lectores, ya sabes...

Un abrazo.

Calamity -

¿Puedes preguntarle a tu amigo que por qué estoy todo el santo día comiendo dulces cuando, a juzgar por mi estado físico, no necesitaría ni un gramo más de glúcidos?

Coñas aparte. A mí también me sucede lo que a ti con la lectura. A veces no hago más que leer (este mes ya me he leído cuatro libros, un récord para mí y sin estar de vacaciones) y otras veces no toco un libro en tiempo. Además odio la pedantería intelectualoide. Ojjjjj.

Besos. Cal.

amalia -

Me anoto los títulos.
Creo que hay en Sevilla un teatro que sufrió el mismo glorioso destino que el Splendid de Buenos Aires.

rythmduel -

Un post en el que me reconozco y un maravilloso lugar que nos descubres. Por ambas cosas, gracias.