Viaje fugaz
1. Este va a ser el viaje más rápido, fugaz y probablemente absurdo que voy a hacer en mi vida a la ciudad que más amo. Para empezar en esa querida ciudad voy a estar unas cuatro horas, y la mayor parte del tiempo lo voy a emplear en empaquetarme en dos trenes y dos aviones, con los inevitables y frecuentemente molestos pasos anteriores. La razón de esta tropelía es de índole laboral, y deseo volver cuanto antes a casa porque mi chico y su perrillo “Boomer” me están esperando para jugar con la “play”. Me llevo una maletita que me compré en Madrid hace unos días, cuando al regreso de Qatar pensé que la otra, la gris estupenda que tanto nos gusta a Isa y a mí, se había quedado dando vueltas por el aeropuerto de Barajas hasta el final de los tiempos. Ahora tengo dos, la grande recuperada y otra pequeña, pensada de manera especial para llevar con ruedecillas el ordenador y algunos enseres personales.
2. Pienso en la decisión de tener un segundo blog. La verdad es que lo siento. Tengo cierto sentimiento de culpa por abandonar más de doscientos cincuenta posts como a su suerte. Sé que es una bobada, y que ahí se quedan siempre accesibles para quien quiera leerlos, pero, si normalmente le cojo apego a la ropa vieja y a los objetos de la vida diaria, cómo no tener un cierto cariño a esta cosa de difícil definición entre lo corpóreo y lo etéreo llamado blog. En cualquier caso seguiré con esta fórmula de mantener dos casas, como algunos maridos infieles pero ordenados, sin irme definitivamente de la primera hasta que vea que nuestra relación se ha hecho imposible.
3. Estos días me están pasando cosas agradables. No me gusta subrayar esta imagen de soledad y desvalimiento que estoy proyectando desde la marcha de Isa a su país, pero debo confesar que su ausencia y la tristeza de la que ahora soy mucho más consciente, consecuencia de la muerte de mis padres, me tienen bastante tocado. Por eso valoro enormemente ciertos detalles que ciertas personas están teniendo conmigo, tanto en la esfera personal, como en la profesional. Desde que escribí aquello de que me gustaría recibir sugerencias de cómo pasar unas navidades con cierta alegría no han dejado de llegarme ofertas, invitaciones, ideas, sugerencias, planes, etc. Javier, Isabel, Eva y Bego me colman de cariño, cada uno a su manera. Mi nueva compañera Elena, a la que desde que hablamos por vez primera ya incluí en el “club de los seres queridos”, me dice cosas que me dan fuerza y confianza. Jaime, mi gran amigo de siempre, va a venir a pasar la nochebuena conmigo. Mi primita mexicana me atiende en la distancia aparente de los kilómetros y la cercanía real de un cariño nacido en lo más profundo de nuestros corazones. Amelia saca tiempo de sus quehaceres y problemas familiares y me llama por teléfono para interesarse por mí, y son muchos los que me abruman con variadas proposiciones de cenas íntimas y colectivas. Ahora el problema va a ser de agenda: me harían falta más días para poder estar con todos ellos, complacerles y agradecerles tanto detalle y consideración.
Pero cuento esto, de manera especial, porque pasaron apenas unas horas de cuando yo escribí aquel ruego para que A (sin su permiso no escribiré su nombre completo), propietaria y autora de uno de los blogs mejor escritos de entre los que leo, y residente en Zaragoza, me enviara un correo privado para invitarme a pasar con ella y su familia la cena de navidad. Me quedé de piedra, porque, además, los argumentos que empleaba para hacerlo los suscribo por completo. Me venía a decir, o así me pareció entenderlo, que nada mejor que una situación tan peculiar como esa merecía ser aderezada con un elemento más peculiar todavía. “Ponga un solo a su mesa”, podría titularse esta invitación si al final se convirtiera en moda social.
Pues bien, nada más llegar a mi ciudad he llamado a A para quedar con ella, su marido y creo que su hijo, a merendar mañana en una cafetería del centro. Allí le diré lo mucho que le agradezco esa propuesta. También le diré lo que ya le dije: me encantan sus maneras, su corrección, su generosidad desprovista de fuegos artificiales, que va discretamente directa al corazón del beneficiario, en este caso al mío. Será por tanto la tercera cita, después de conocer a Miss Calamity y a Gatopardo, de las que ya escribí hace bien poco, con personas sin cara pero con un alma evidente y tierna, a pesar de la electricidad que soportan.
4. En casa. Se acabó un viaje absurdo, aderezado por la lluvia persistente que hizo que la mayor parte del tiempo lo empleara en coger en taxis. La gran ciudad estaba colapsada por la lluvia y por un frío intenso, y encontrar un vehículo que me llevara hasta el aeropuerto fue toda una aventura. Tuve que alquilar un "gran turismo" en la parada de la Gare du Nord que me costó un huevo. Le he cogido afición a hacer fotos y vídeos con el móvil: la gran ciudad ha sido tan solo unas cuantas fotos del Pont des Arts desde la ventanilla del taxi, y del Louvre cuando pasaba hacia Orly. Total: veinticinco minutos de reunión (no cuatro horas como pensaba) y veinticinco horas de penalidades diversas.
1 comentario
Rain -
Así que estás en la ciudad lux, querido Roberto Zucco: oh, vuela con la imaginación...
Abraxo.