Moscú (y 4)
Estoy en el restaurante del aeropuerto. Ernesto se ha traído a su chico más pequeño. Es un niño precioso, muy inteligente y completamente rubio. Comemos y hablamos de Ecuador y de España. Ernesto me ha ayudado a adelantar tres días mi regreso porque finalmente no hizo falta que yo viajara hasta Belgorod, una ciudad que siempre representara para mi una incognita. Ayer me despedía de Nathalie. Nathalie y Ernesto, dos personas hasta ahora desconocidas que me serviran para introducir rostros concretos en medio de una ciudad desapacible e inmensa, en donde no debe ser nada fácil sobrevivir. Nathalie me dió algunas claves: empleaba una hora para ir al trabajo y otra para volver en el contexto ensordecedor de un metro lleno de personas malencaradas y descontentas con su suerte. Todo ese peregrinar subterráneo antes de de ser despedida por razones que no quiso aclararme y que yo no estimé oportuno preguntar, entre otras cosas porque me parece que en un lugar como éste la vida privada es considerada por la mayoría de las personas como su único tesoro personal.
Decía al principio de estos posts que Moscú intentaba cambiar de imagen, introduciendo diseño y glamour. En algunos lugares esto se ha conseguido plenamente, por ejemplo en la decoracion interior d el ballisimo restaurante Pushkin, en donde cenamos de maravilla la última noche. Pero al final del viaje me sobreviene un sentimiento de pesadez existencial. Han sido unos días raros, en donde por debajo de la realidad aparente latía una sensación de extraño país llegado a duras penas al espíritu democrático, con algo más que residuos de un pasado reciente lleno de comportamientos autoritarios, de una rigidez social que ha desembocado en el abismo de los desequilibrios socioeconómicos. Contemplé mucha pobreza en el metro, mucha suciedad en los parques, mucho alcohol en las pupilas, mucho mal rollo por las calles, y algo de luz, dulzura y alegría en algunas miradas concretas y algunos jardines. Un cierto hieratismo personal disfrazado a veces de elegancia que tal vez esconde una tragedia interior no resuelta y que las putas del vestíbulo del Hotel Kosmos representaban de maravilla.
Moscú es una ciudad que necesita verdaderas y poderosas razones para venir a ella. Yo tenía varias, y una en especial: conocer unos lugares que mi imaginación de hombre de teatro se ha pasado la vida evocando: la casa de Stanislavski, el Teatro de Arte de Moscú y poco más. Desde ese punto de vista mi viaje ha sido importante y lo recordaré con cariño hasta el final de mis días. Y ahora regreso a España para volar hasta Buenos Aires. |
6 comentarios
albatros -
Rain -
Cierto, Moscú se sentía fría, mas era parte de su personalidad y uno la aceptaba tal como era. Creo que la evoco bañada por esas reminicencias del cariño...
El retrato que has ofrecido de la Moscú actual me da un deja vú...
Abraxo.
maray -
Quien sabe, uno dis destos vengas a san pablo...
besos y buen viaje!
Calamity -
rythmduel -
amaltea -
La verdad es que bastante condescendiente pareces al respecto.
Lo malo es la gente que se queda allí. Seguro que Ernesto y Nathalie, aun con la dignidad que caracteriza a personas como ellos en esas circunstancias, se han quedado con esa pena amarga que deja en el alma saber que a unas horas de avión, la vida se intuye más fácil.
Y ellos siguen allí.
Lo que yo te diga...como en casa de uno, en ningún sitio.
A sus pies venerado Zucco...