Sentimentalmente antifranquista (1)
Terminé Primero de Filosofía y Letras con unas notas repletas de Sobresalientes y Matrículas de Honor. Esto era la consecuencia de dos factores. Por un lado, ciertamente, de mi propio esfuerzo. Es decir, había logrado ponerme a estudiar, aunque jamás de una manera sistemática y nunca durante un tiempo demasiado prolongado. También, lo confieso ahora, como consecuencia de mi creciente habilidad para copiar en los exámenes, especialmente en las asignaturas de Latín y Griego que me seguían trayendo por la calle de la amargura. Por una cosa o por otra, mi expediente académico era uno de los mejores del curso, algo que poco tiempo después iba a reportarme alguna ventaja en la elección de Universidad para proseguir mis estudios. En cualquier caso, con aquellas notas se relajó bastante mi espíritu atormentado ante la posibilidad de “no ser nada en este mundo” y mis padres respiraron un poco más felices.
Mi idolatrado profesor Carreras me tranquilizó un día en su despacho. Vino a mostrarme que era una enorme estupidez considerar la vida como una sucesión de plazos a los que hay que llegar a tiempo, como si de una carrera de obstáculos se tratara. Le quitó importancia al hecho de haber invertido un año teóricamente inútil en la Facultad de Derecho, y haber perdido de alguna manera la estela de mis amigos del colegio, y me explicó la sencilla pero importante verdad de que cada uno debe tener su propia cronología y que lo importante era vivirla con responsable autenticidad. Relajado y bastante contento afronté el verano de 1973.
Aquellas plácidas noches en las que mis padres supongo que estarían en Torredembarra, las dedicaba a la lectura o a tomar copas con mis amigotes. Una de mis costumbres era visitar a mi compañero de clase Lalo, que, por aquellos días trabajaba de conserje nocturno en un hotel de la calle Alfonso. Solía encontrármelo a la fresca, sentado en la puerta a una hora en que la mayoría de los huéspedes ya reposaban en las habitaciones, y leyendo con auténtica fruición algunos de esos libros de los que después nos disertaba en clase o en los pasillos de la facultad. Charlábamos sobre literatura y política, principalmente, y fue él quien el once de Septiembre (¡cuántas cosas han pasado en esa fecha!) me comunicó que en Chile había habido un golpe de estado que había derrocado al presidente Salvador Allende.
La noticia me impresionó profundamente porque desde hacía meses las iniciativas de Allende y su gobierno de la Unidad Popular me interesaban de manera especial.
Sin duda, muchos universitarios sentimentalmente antifranquistas veíamos en lo que estaba ocurriendo en aquel país un camino de esperanza para el nuestro. Allende había aplicado reformas económicas que no sólo profundizaban en la democracia sino que avanzaban en la consecución de importantes e irreversibles logros sociales. Es decir, era un referente y un ejemplo sobre lo que nosotros queríamos que sucediera aquí. Sin duda, el gobierno de los Estados Unidos no podía permitir que se instaurara delante de sus propias narices un estado con claras aspiraciones socialistas, y mucho menos que su implantación fuera por métodos democráticos, es decir con la sucesiva aplicación de reformas y sin derramamiento de sangre, desmintiendo la imagen del comunismo como resultado de crueles y terribles luchas fratricidas. Cuba era una dictadura, pero Chile era un modelo de democracia avanzada, intolerable en la medida que su ejemplo podía servir de estímulo para otros países de la zona.
Durante los días siguientes, las noticias fueron arrojando un resultado desolador. Salvador Allende se había suicidado en el Palacio de la Moneda, después de haber resistido heroica e inútilmente los ataques de la aviación golpista. En el estadio de fútbol de Santiago y en otros lugares se hacinaban miles de presos que iban a ser torturados o asesinados sin piedad. Se decía que Víctor Jara, un cantante revolucionario que unos días más tarde hubiera cumplido cuarenta y un años, partidario y amigo del derrocado Presidente, era uno de ellos y, como posteriormente se supo, había muerto, con esas manos que le servían para acompañarse con la guitarra en la interpretación de sus comprometidas canciones, salvajemente quebradas.
Y todo ese horror tenía una cara reconocible: la del general Augusto Pinochet.
Qué curiosa circunstancia… Este criminal, que asesinó, torturó, secuestró, también le robó a su propio pueblo. Durante estos días precisamente, cuando han pasado ya varios meses de su propia muerte, es su familia la que acaba de ser imputada de diversos delitos financieros relacionados con esos abusos del dictador. Es decir, que también eran cómplices. Hay que recordar también que durante los últimos años de la vida de Pinochet se sucedieron una enorme cantidad de acusaciones formales de todos sus delitos, librándose auténticas batallas judiciales que de no ser por las argucias de sus abogados hubieran desembocado en condenas expresas. Tal vez no hubiera terminado en la cárcel, que es lo que todos queríamos, pero simbólicamente hubiera servido para reparar en alguna medida tanto dolor causado por este sapo de la historia contemporánea. Es decir, los años han pasado, y lo que Lalo y yo, y tantos miles de personas en el mundo veíamos con claridad entonces, ha quedado diametralmente probado ahora. A veces, demostrar que es de noche a las dos de la madrugada se convierte en algo agotador, precisamente por su obviedad…
6 comentarios
giovanni -
Un abrazo
Roberto a Pau -
pau -
Un abrazo.
http://musaranias.wordpress.com/
Fatima -
amalia -
Me pregunto cómo será el Chile de Bachelet.Desde ya que la visión de hoy no está cargada de la admiración que teníamos en nuestra juventud por Salvador Allende
giovanni -
Fines del verano (europeo) e 1973 volví de Chile a Holanda, poco antes del golpe del 11. Seguía lo que pasaba en Chile a partir de 1967, cuando empecé a estudiar sociología, y estuve desde enero hasta agosto 1973 en Chile para preparar una estancia de varios años en ese país. Después del 11 he trabajado varios años a tiempo completo para la solidaridad con el pueblo chileno y sigo trabajando en el ámbito de la solidaridad internacional a un nivel más general -- ve www.fondad.org
Haciendo clic en ese sitio de fondad en la biografía del director de Fondad y en su biografía en el nombre de su mujer, encontrarás en el sitio de ella dos libros sobre Chile escritos por ella y su marido.
Un saludo