Los curas no se dejan querer
Y mira que lo tienen fácil. O lo tenían, porque acaban de perder una oportunidad de oro para que quienes les culpamos de haber estado siempre con el poder, sobre todo con aquel injusto poder que surgió tras la agresión del ejército español en 1936 contra las instituciones democráticas, hubiéramos pasado página de manera definitiva. Pero no. No ha podido ser, como se dice cuando se pierde un partido de fútbol.
En el fondo creo que es una actitud conformista por parte de la curia. Es decir, parece que se conforman con la clientela actual, y que, a diferencia de lo que ocurre en otros sectores de la sociedad y la economía, no quieren ampliar el mercado, la clientela, el número y calidad de sus feligreses. Se quedan con las viejecitas de las ciudades pequeñas, con los matrimoniazos peperos que educan a sus hijos en los mismos principios reaccionarios, con los convencidos por tradición, por costumbre, con sus fanáticos de la derecha, sus monjas, sus meapilas, sus monaguillos, sus vecinas sordas del piso de arriba. Con toda esa peña que mayoritariamente apoyaría el regreso de la pena de muerte, la prohibición del aborto y del divorcio, la supresión de las autonomías y el conjunto de las libertades, si fuera necesario. Como en 1936, vaya.
Y digo que lo hubieran tenido fácil, porque los curas fueron víctimas de las agresiones que se produjeron contra ellos durante la guerra civil española, aunténticas atrocidades, consecuencia del clima de crispación que ellos mismos habían contribuido a crear. Pero finalmente se perpetró una persecución y una carnicería que a muchos les costó la integridad física, la dignidad, la vida. Yo me siento respetuoso y cercano con ese sufrimiento, y sin tener que hacerlo, porque nadie me lo pide, me avergüenzo de esos actos horrendos. La quema de conventos, el fusilamiento de muchos curas y otras barbaridades semejantes son páginas que, primero, hay que condenar, y, segundo, no conviene olvidar nunca. Son uno de los exponentes de hasta donde se puede llegar cuando los sentimientos colectivos se envenenan y cuando el odio ancestral se convierte en una suerte de ideología endemoniada que conduce a los particulares y a las masas hacia el crimen y la irracionalidad más salvaje.
Por tanto, son víctimas, como las víctimas del actual terrorismo, y como todas las víctimas: injustas, desproporcionadas. Pero la condición de víctima, y es duro decirlo, encierra además un sacrificio suplementario, o, mejor dicho, una responsabilidad añadida: perdonar al agresor. Si existe un perdón, aunque sea simbólico, aunque sea para evitar males mayores, males que tal vez ya no afectarán a estas mismas víctimas, sino a unas víctimas que todavía no lo son y podrían no serlo nunca, la víctima adquiere una estatura moral que lo trasciende: se convierte en un ejemplo, en un paradigma de comportamiento social, de superador real de los conflictos, de generosidad, amplitud de miras, de humanidad nacida como consecuencia de la extrema inhumanidad.
La Iglesia Católica se alió con el golpe de estado de 1936 y con el régimen de Franco, y algunos de sus miembros más destacados le dieron cobertura moral, ideológica, mediática. Eso, puesto que el franquismo es un lamentable error de la historia, es un doble error. Por eso, los curas deberían pedir perdón y nunca lo han hecho, excepto algunos miembros notables y singulares de la Iglesia. Lejos de pedirlo, se han pasado la transición, y el resto de los años democráticos recordando su lamentable postura política, repitiendo por tanto su error, insultando la inteligencia colectiva y disfrutando paralelamente de unos privilegios que si yo fuera presidente del gobierno de España les quitaría con la misma rapidez con que Zapatero se trajo a las ropas de Irak.
Pero no. Lejos de practicar el perdón, en su calidad de víctimas, y de pedirlo, en su condición de cómplices, ahora, a estas alturas de la verbena se ponen a beatificar a troche y moche a “sus” mártires olvidándose de los mártires que a mí, por ejemplo, me representan mucho más y por los que siento una profunda admiración. Despreciándolos me desprecian a mí, y me recuerdan nuevamente que sigue existiendo una doble España, que sigue inmutable a pesar de que los tiempos cambian en otros aspectos.
Y digo yo: ¿no hubiera sido más justo, y también más inteligente, ya que de beatificar a lo bestia se trata, beatificar a todas las víctimas de la guerra civil, incluyendo las que ellos causaron, o ayudaron a causar? ¿No sería esa una excelente manera de pasar página, e incluso de ampliar la clientela, adquiriendo una credibilidad y una legitimidad histórica que con esta acción sectaria y provocadora han perdido de manera flagrante?
Pero no, decididamente los curas no se dejan querer en España excepto por los que ya les quieren.
4 comentarios
Rutero -
pau -
... y eso hacemos.
amalia -
maty -