Sentimentalmente antifranquista (3)
Sin pensarlo dos veces, y con un dinero que había conseguido ahorrar secretamente, me fui a Asturias, buscando ese lugar que tanto me había conmovido cuando unos años antes había estado con mi padre. Antes pasé por Bilbao en donde conocí a mi tío Ignacio, primo de mi padre, y a sus hijos, y después llegué a Oviedo serpenteando montañas y verdes laderas montado en un rudimentario tren de vía estrecha que recorría de lado a lado la costa cantábrica con un ritmo cansino que permitía fotografiar tranquilamente el paisaje. El viaje fue largo pero delicioso.
En Oviedo me permití el lujo de alojarme en un hotel de tres estrellas. Desde mi confortable habitación, además, se veía una de las arterias centrales del parque de San Francisco. Estuve solo unos días, escribí algún que otro artículo en donde diagnosticaba sobre la salud del teatro en Zaragoza, que más tarde se publicaría en “Aragón-Exprés”, me perdí por las calles tortuosas y húmedas de la ciudad en donde Clarín se inspiró para escribir esa maravillosa novela titulada “La Regenta”, y visité Santa María del Naranco y otros monumentos del románico más hermoso de España. Pero de lo que más vivamente me acuerdo es de haber tomado una decisión atrevida: regresar en avión hasta Barcelona. Iba a ser la primera vez que me subía a uno de esos aparatos que me fascinaban y aterraban a partes iguales.
María Angeles no se enteró hasta mucho tiempo después en que le confesé mi escapada furtiva. Creo que en la vida hay que ser honesto, especialmente con las personas que amamos, pero, si cometemos un desliz, en realidad cometemos además una torpeza irreparable si al final lo confesamos.
Se enfadó bastante.
Ella poseía un concepto de la fidelidad extremo y el concepto de relación que tenía en el fondo de los fondos difería radicalmente del mío. Eramos diferentes, no cabía ninguna duda, pero lo cierto es que nuestra unión adolescente duró bastante tiempo, el justo hasta que yo di un cambio radical en mi vida y corté definitivamente. Fue una buena compañera, me quiso extraordinariamente y mi recuerdo no dejará nunca de ser de gratitud y cariño.
Recuerdo con extraordinario realismo la tarde en que le dije que ya no la quería. En la vida, lo sé por experiencia, ser abandonado es terrible, pero abandonar a los demás es casi más doloroso. Así como es un momento insuperable aquel en el que a la otra persona le confesamos que sentimos por ella un cúmulo de sensaciones que, agrupadas, convenimos en llamar amor, es horrorosa la contraria por la que, despojados de alicientes para seguir centrados en ella, pretendemos poner tierra por medio. Maria Angeles no se lo esperaba en absoluto y, cuando le argumenté en la barra de la Cafetería “Las Vegas” que yo estaba cambiando de ver las cosas, el mundo y nuestra propia relación, recuerdo con una inmensa ternura su ingenua proposición de “hacerse también revolucionaria” para intentar evitar lo que ya no tenía vuelta atrás. Cuando cortamos totalmente, era terriblemente doloroso encontrármela por la calle: se quedó aún más delgada y, según supe después, hasta tuvo problemas con la periodicidad de su menstruación. Y es que verdaderamente me quería mucho. Yo también, pero en mi interior había ido creciendo otra persona que necesitaba volar más libre o en otra dirección.
Pobre María Angeles... Sé que en su vida privada posterior no ha sido nada feliz. Finalmente se casó con un tipo con una pinta de animal bastante reveladora con el que tuvo tres hijos, y creo que en alguna ocasión ha llegado incluso a golpearla, según me confesó un día, muchos años más tarde, en una cita que ella provocó para pedirme un dinero que no le pude prestar desgraciadamente. Este tipo sé que me odia porque en algún momento María Angeles le habrá contado algunos aspectos de nuestra antigua relación. Todavía, cuando nos vemos por la calle, hay en sus ojos una chispa de complicidad, pero lo que domina su mirada es un sentimiento de frustración que apenas intenta disimular y que yo lamento profundamente porque, al fin y al cabo, en su momento también la quise mucho.
7 comentarios
Maverick -
Un beso sinceramente apasionado.
amalia -
estoy de acuerdo contigo.
Pero nadie escribe poemas a quien abandonó.
Tal vez encuentres alguno en la biblioteca de Babel,donde están todos los libros que existen y los que no existen.
Pero convengamos en que hay muchos más poetas en las filas de los aún enamorados, o en las de los abandonados...
número 6 -
Saludos a todos y en especial a tí, Zucco.
Maverick -
recuerdos...
Por eso me parece estupendo, estimado Roberto, que rememores todo lo que quieras ese antiguo amor.
Los pragmáticos siempre me han producido urticaria.
Portorosa -
Hablas mucho de ella, y repites también mucho lo que lo sientes, y lo que la querías. Es probable que esté hablando de más, pero me parece, Roberto, que hay tienes todavía una herida sin cerrar; y que te vendría bien trabajarla...
En fin, perdona el atrevimiento. Un fuerte abrazo.
amaltea -
uno construye hasta que destruye y el otro empieza a construir a partir de lo que el otro ha destruido ya.
Un poco denso para estas horas a las que escribo pero muy bonito como punto de partida para un buen relato.
Roberto, me alegro de que seas tan humano como los demás. A veces, leyendo lo que escribes, me parece que eres como un Dios, como si estuvieras exento de todas las cosas que pasan al comun de los mortales.
Siempre a sus pies venerado (y humano Zucco.
amalia -
El acto del abandono puede ser casi más doloroso en el momento mismo de realizarlo, en el momento de la palabra.Pero la palabra surge cuando el sentimiento del corte ya está instaurado. Para el abandonado el camino es el simétrico:oye la palabra y "construye" el dolor en un momento posterior,y el alma no entiende lo que sucedió,y el dolor puede ser infinito, una herida sin cicatriz,aunque uno con el tiempo construya su vida sobre esa capa sangrante.
O no, claro, también puede ser menos triste.