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roberto zucco

Como la vida misma

La cotidiana visita de lo insólito

La cotidiana visita de lo insólito

Pasan los días en este país que no es el mío, y al que no termino de acostumbrarme. Aquí lo insólito es un invitado que se presenta todos los días a cualquier hora. Puede ser la lluvia: cae una tromba tremenda y media hora después el sol resplandece. Eso sí, las calles se quedan llenas de fango, absolutamente impracticables. El otro día Isa me pidió que fuera a comprar el pan del desayuno. Lo intenté, me quedé en medio de un lago, y regresé con las manos vacías. En lugar de asfaltar las calles de una vez, lo que el Ayuntaminto de Las Terrenas hace es echar más tierra encima del lodazal y apelmazarla. Cuando vuelve a llover, se vuelve a presentar el lodo, y así sucesivamente. Es , sin duda, una metáfora perfecta de lo que pasa en general: los problemas no se resuelven sino que se aplazan hasta una mejor ocasión que no suele llegar nunca.

No solo la climatología es impredecible y extraña. Formaría parte de lo normal que esta noche entraran en casa unos atracadores, pongamos por caso, y nos robaran hasta la camiseta. Nadie se sorprendería demasiado. Al contrario, reforzaría las estadísticas. La intimidad tampoco existe. Intento hablar con Isa de algo y al momento aparecen seis vecinos que se quedan a ver la televisión toda la tarde. Para hablar a veces nos tenemos que ir de casa.  Otras desespero, y esta exposición a la casualidad no hace más que recordarme algunos aspectos de mi propia fragilidad.

Ayer sacamos de la cárcel a un tipo porque no le había pagado la manutención de los hijos a su mujer. Esta se fue a la policía e inmediatamente lo metieron entre rejas. Como tiene cierta vinculación con su familia, pagamos el importe y lo sacamos. Pues bien, yo esperaba a la salida una escena tremenda entre los cónyuges, y, sin embargo, éstos se saludaron con cierta cordialidad y hasta se sonrieron como si recordaran los tiempos iniciales en que debieron ser felices. En realidad parecían actores que encarnaban los personajes de marido irresponsable, esposa airada y niños desamparados... Como pasa en los teatros, cuando la función termina los actores se quitan los ropajes, se saludan y se toman una copa juntos en el bar de enfrente. Hamlet y el asesino de su padre compartiendo unas gambas a la plancha después de haberse zaherido sobre el escenario. Aquí después de la función se ponen todos a escuchar bachata. Tengo curiosidad por lo que pasará dentro de unos días cuando se cumpla un nuevo plazo y el marido vuelva a no pagar. No pagará, alguien le pagará el dinero (esta vez no seremos nosotros), saldrá de la cárcel y a escuchar bachata...

Sin embargo, esta circunstancia me proporcionó la posibilidad de conocer al jefe de la policía local, un hombre alto y culto, que, sin conocerme de nada, se explaya conmigo y hasta me enseña las fotos de sus tres hijos. Mientras que Isa iba en su moto a buscar a la que hacía el papel de mujer ultrajada, me contó cosas increíbles. En su destacamento cuenta con diez hombres y tres vehículos. Es decir, nada. La gasolina para llenar el depósito de estos últimos suele acabársele sobre el día 12 o 13. Es decir, los delincuentes solo tienen que esperar a la segunda quincena de cada mes porque a partir de ese momento nadie podrá peseguirles.

Otra curiosa circunstancia que me tiene frito... Si quedas con alguien a una hora existen muchas más posibilidades de que no venga, o llegue extraordinariamente tarde. Aquí si que las estadísticas no fallan.

 

 

Sinfonía

Sinfonía

Hasta las doce de la  noche Las Terrenas es  puro bullicio. A esa  hora las nueves leyes dominicanas dictaminan que todas las discotecas y bares deben cerrarse, excepto los fines de semana que se cierran a las dos. Curiosa ley en un pais como este en donde bailar y beber equivalen a respirar. Pues bien, todos a la cama, o a seguir la juerga en la casa de uno mismo, porque se supone  que así se controlan mejor los excesos y se dificulta el tráfico de drogas. Ja. Me sorprende tanta ingenuidad legislativa, porque esas cosas, de ser controlables, no se controlan solo "prohibiendo", como ya sabemos los europeos por experiencia.

Como digo, las doce suponen una frontera entre el ruido y un silencio intenso. Se acabaron las bachatas. Es verdaderamente increible: aqui se pasa de bachata a bachata. Tu vas en un taxi, por supuesto escuchando una bachata, para, y comienzas a escuchar otras bachatas cercanas o lejanas, y siempre muchas a la vez y aun volumen inimaginable. Si entras en una casa particular, está sonando una bachata, y si no, alguien canta otra bachata. Por eso inevitablemente al cabo de una semana en República Dominicana yo ya me he aprendido más de veinte. Hasta sé ya cuáles son los artistas más destacados del ramo, sus vidas y sus últimos éxitos. Creo que en el gusto desmedido por la bachata es en lo único que están de acuerdo todos los dominicanos, jóvenes y viejos.

Estábamos en el silencio intenso. Es un silencio más potente si cabe que el ruido de por el día, que ya es decir. Si acaso, a lo lejos se oye el suave rumor del mar. Nada más. Alguna vez cae la lluvia unos minutos. Nada más. Silencio.

Pero a partir de las tres de la mañana comienza lo que yo llamo mentalmente la sinfonía. Primero es un gallo cabrón que tiene la obtusa virtud de despertarme. Insiste el gallo cabrón varias veces, y tanto insiste que contagia a otro, y luego a otro, y luego a doscientos más. Qué feo es ese kikiriki de los gallos. Hoy me he dado cuenta que es un sonido absurdo, desmochado, feo de narices. Es sencillamente la expresión acústica de la única reflexión intelectual que estos bichos, destinados inevitablemente a la cazuela, saben decir: "Mira qué bien, otro día más, aquí jodiendo al personal, con la única esperanza de terminar siendo AVECREM...".

Pero la cosa no acaba aquí: lo que comenzaron los gallos lo continuan los perros. Guau, guau... dice uno, y desde la distancia le contesta otro con las mismas palabras, carentes de sentido concreto.  Parece que compiten con los gallos en hablar sin decir nada concreto. Se han puesto de acuerdo, o la naturaleza les ha puesto de acuerdo: A ver quien está más tiempo diciendo cosas inconcretas y jodiendo a un servidor.

Y por último, la fauna total se despierta. Los burros, los gatos, las vacas... Ya es una algarabía tremenda contra la que no hay leyes que puedan restringirla u organizarla. Y así estoy yo, insomne y desvelado ante este ordenador, escuchando ya los primeros motores y las primeras bachatas del día.

Odio a los gallos desde hoy.

Nos hemos casado

Sí, nos hemos casado. Quienes nos conocen saben que para Isa y para mí casarnos era algo realmente importante en nuestras vidas. Ninguno de los dos, paradógicamente, creemos demasiado en el matrimonio porque ambos conocíamos sus intríngulis y sus lados ocultos. Más bien lo contrario. Sin embargo, en nuestra situación y en nuestras circunstancias, contraer matrimonio comienza a solucionar toda una serie de problemas que la burocracia y las leyes internacionales, supuestamente pensadas para que los ciudadanos que las disfrutan o padecen sean libres y felices.

A lo largo de estos últimos diez meses hemos aguantado la injusticia y el rigor absurdo de esas mismas leyes. Hemos padecido también, como consecuencia de lo primero, la desfachatez de abogados corruptos e incompetentes. Hemos sufrido mucho,  lo suficiente como para darnos cuenta de que si lo hacíamos era porque verdaderamente entre ambos existía una relación que trascendía todas estas contingencias. Hoy acaba el último capítulo de una novela de la desdicha que hemos escrito juntos durante un año en que yo, sobre todo yo, fui enormemente desgraciado, aunque también muy feliz gracias a su presencia. Ahora empezamos a vivir juntos, simplemente, como cualquier pareja expuesta a todos los peligros de saberse vivos.

Ha sido en una pequeña oficina judicial desprovista de cualquier elemento ornamental. Por no haber ni había una bandera de este país que le confiriera al acto un cierto punto de solemnidad. Mejor así. La ceremonia, lo más sencillo que jamás pude imaginar. Los contrayentes, dos testigos y una jueza que bromeaba de vez en cuando con los textos que conocía a la perfección de tanto leerlos. Lo hizo incluso cuando mencionó las leyes dominicanas de las que destacó su inexistencia o su falta de aplicación. Nos incribió en el primer libro del año 2007, y miró al celular para cerciorarse de la hora exacta: las once y once minutos de la mañana. Cuatro palitos, dijo, parece que subrayando la casualidad y pronosticándonos buena suerte. Cuando nos preguntaron que si queríamos casarnos ambos dijimos que sí, no solo a eso, sino que si a que el mundo cambie, las leyes de inmigración también, y el sufrimiento de miles de personas sea paliado con otras leyes más justas, razonables y perfectamente posibles.

Nos acordamos también de todos aquellos y aquellas que, lejos o cerca, fueron también testigos. Ahí estábais mi primo Roberto, Jaime, Joan, Miguel Angel, Jean Louis, Juanjo, josé Luis, Marilés, Paloma, Rafa, Begoña, Josefina, Javier, Isabel, Evita, Emma, María, Elena, Silvia, Pilar, Alejandra, Lucía, Angela, Alfonso, Paco, y tantos otros y otras, sonrientes y encoloniados, aplaudiendo el momento en que besé a la novia, que estaba un poco aturdida y más negrita que nunca. Décimas de segundo antes me fijé en esa nariz que apenas puede acoger unas gafas. Tendríais que verla. Creo que lo que más me gusta de ella es su nariz.

 También me acordé de vosotros, blogeros y blogeras queridos. Y de esos lectores que siguen a Roberto Zucco desde hace tiempo.

También vi a nuestros hijos, casualmente de la misma edad, guapos y felices, comenzando una relación fraterna y transoceánica todavía más inesperada.

Las Terrenas

Las Terrenas

Van pasando las horas en República Dominicana. Es una adaptación lenta, a veces con un cierto punto de complegidad. Sin embargo he desarrollado a lo largo de mi vida una cierta capacidad para superar este tipo de retos personales. No tiene mucho mérito lo mío, la verdad sea dicha, porque en esta oacsión Isa me facilita las cosas de manera permanente.

Isa aquí es como un sargento de caballería, incluido un punto de mala leche que me sorprende en ella. Me hace gracia verla mandar a todo el mundo, a su familia, a sus amigos, a sus vecinos y, especialmente, a una cuadrilla de trabajadores que le están haciendo una casita a su madre. Ayer vino a cenar a nuestra casa Juan, el maestro de construcción. Es un chico muy negro, alto y delgado, con la cabeza muy despejada, culto, sensible y gran profesional en lo suyo, según parece. Hablamos de política, de las costumbres tan diferentes entre mi país y éste. El no ha cumplido los treinta y ya tiene cuatro hijos, con cuatro mujeres diferentes. Juan reconoce que eso es tremendo y que esos cuatro chicos en gran medida le han hipotecado su vida. Posiblemente esa sea la razón por la que no podrá venirse para Espana, que ha sido siempre su gran sueno. Mientras cenamos unas magníficas chuletas de cerdo que Isa ha cocinado muy bien y hablamos, fuera hay un incesante rumor de chicos jugando, de perros ladrando y de motos pasando a lo lejos.

Yo no había visto en mi vida una concentración de motos como la que hay en este pueblecito. En realidad se podría decir que cada habitante tiene una, más o menos buena, para desplazarse por los caminos llenos de lodo, puesto que no deja de llover, y por las escasas carreteras asfaltadas. Las Terrenas es chiquito en cuanto a población, pero sus dimensiones son enormes. Nosotros vivimos en el corazón de la población autóctona, en una casa que Isa alquiló cuando vino hace un mes y diez días, y a los gringos los vemos pasar en sus motores confortables y sus artefactos todoterreno. Cuando vine aquí hace unos meses sentí una cierta verguenza de ser europeo. Me molesta esa arrogancia del dinero, ese desprecio que los turistas, alemanes y franceses principalmente, tienen por los habitantes de aquí a quienes tratan como esclavos en algunas ocasiones. La imagen de un alemán con las piernas encima de una bella mesa de madera colonial se me quedó grabada en la retina el otro día en Santo Domingo. También me irrita la pasividad de estos últimos con respecto a los primeros.

Nada más, de momento. Isa hace papeleos matinales mientras yo escribo esto desde otro internet café en donde me encuentro yo solo. Este es más confortable y tranquilo que el anterior. Me entero de que el real Zaragoza no va a fichar más jugadores en el llamado mercado de invierno, y, sobre todo, leo con profunda indignación y tristeza que ETA haya vuelto a las andadas de la manera que lo ha hecho.

2007

2007

1.

Hace dos dias que llegue a la Republica Dominicana. Isa me esperaba en el aeropuerto de Las Americas. Los primeros minutos fueron de tanteo. Con lo que esta mujer y yo hemos vivido juntos, tiene gracia que nuestra primera impresión compartida fuera como de vergüencilla adolescente. Nos mirabamos de reojo, como los jovencitos que han quedado en una cafeteria por primera vez en su vida. Estaba mas gordita, muy guapa y un poco desorientada. Estamos ambos desorientados. La distancia y el tiempo desorientan. Muy pronto comenzamos a recuperar la normalidad entre nosotros, en nuestra manera de estar juntos, hablando o en silencio, durmiendo o paseando. Estamos en ello. Que diferencia de la vez en que llegue solo y sin maletas apenas hace tres meses y todo fue raro, frio y asfixiante al mismo tiempo. Ahora todo es mas normal, y, ademas, el calor es menos intenso.


Estuvimos dos dias en Santo Domingo y paseamos por la zona colonial, compramos ropa y algunos regalos y tomamos unas cervecitas. No salimos mucho del hotel, en gran medida porque ambos estabamos francamente cansados. Yo últimamente no dormia en Zaragoza por la ansiedad de volver a verla. Ahora escribo desde Las Terrenas, en un Internet café en donde yo soy el unico blanco. Tengo a cuatro delante de mi que utilizan un mismo ordenador y se lo estan pasando de puta madre escuchando una especie de rap raro que debe ser haitiano. Isa se esta haciendo la manicura, algo que aquí cuesta cuatro perras, mientras que yo reviso los correos, leo los periodicos, escribo esras lineas, y me relajo un poco. 

2.

Se ha muerto el padre de mi amigo Javier. Cuando lo supe, me lo dijeron a traves de un SMS, me emocione mucho. Me acorde inevitablemente del mio, de su muerte rapida y tremenda, como la de mi madre. Me acorde de que este puto 2006 que acaba cinco horas antes en mi pais se los ha llevado a los dos. El padre de Javier era joven, los mios no lo eran. Es igual, no hay manera de aceptar la muerte de alguien que quieres. Yo, Javier, entiendo perfectamente tus sentimientos. No solo los entiendo, me atrevo a decirte que los comparto. 

3.

Me llama Isa por telefono. Me pasa a buscar en media hora. En casa de su familia, que ahora es la mia, se afanan en la cocina preparando la cena de esta noche.  Estreno familia. Pero alli hay personas a las que quiero. Mi hijo, que esta cada dia mejor, cena con su madre y la familia de ella, mi tia M estara sola, y mis amigos, la mayoria escépticos con este tipo de celebraciones, tomaran las uvas y pensaran tal vez en mi. 

4.

Seas quien seas el que leas esto, te deseo que lo que viene sea mejor que lo que se va. Para mi va a ser muy facil.

Cenas de navidad

Cenas de navidad

1.

Un amigo me escribe: “Roberto, te felicito los días posteriores a la navidad, porque en estos no me es posible”. Con este espíritu escéptico yo solía enfocar estos días navideños, sus prólogos, sus fechas señaladas y sus epílogos. Nunca supe porqué, pero la navidad jamás me terminó de gustar, tal vez porque supuso siempre un molesto paréntesis en la rutina del colegio, del trabajo, de la vida normal, que es donde verdaderamente me ha gustado estar instalado.

 

Sucede, sin embargo, que este año las circunstancias de mi vida han dado un giro de ciento ochenta grados con respecto a la situación de hace 365 días. Ya no están las personas con las que siempre compartí esas noches, y que, a modo de compensación, la vida me hizo coincidir con la que actualmente es mi compañera, aunque ahora se encuentra al otro lado del Atlántico. Todo esto le confiere a estas fechas un carácter de estreno de un nuevo capítulo en mi propia vida y eso siempre contiene un grado de incertidumbre. No sé, no sé...  me siento bien, aunque tristón, bastante ansioso, expectante, esperanzado.

  2.

Cuando hablaba de los prólogos me estaba refiriendo a las cenas prenavideñas, que suelen organizarse entre amigos del colegio que hace tiempo que no comparten pupitre, o compañeros de trabajo que actualmente participan del mal rollo o buen rollo laboral.

  

Este año no ha habido cena del colegio y lo siento. Desde que Emilio P. dimitió como coordinador del evento, por razones que no quedaron demasiado claras, lo cierto es que ya no veo a algunas personas con las que me une un lazo invisible de simpatía. Compartir un naufragio da para mucho y volver a ver a sus víctimas es una buena terapia contra el olvido.

  

Sin embargo, he tenido varias cenas de las segundas. Es decir, cenas organizadas por la empresa o por círculos concretos de compañeros y compañeras del trabajo, algo que yo no frecuentaba con anterioridad.

  3

Así las cosas, el miércoles cené con Emma, Isabel, Teresa y Lucía, cuatro compañeras, queridas amigas ya, que en todo momento me trataron como “una más”, y no evidenciaron nuestra flagrante diferencia de sexo. Si antes me parecían enormemente majas, ahora estoy a la búsqueda y captura de un adjetivo que les haga justicia, y todavía no lo he encontrado. Emma me encanta: pase lo que pase sabe estar en los sitios, mantiene una calma tibetana y todo lo que dice o hace pasa el control de calidad de la coherencia y de una sabiduría práctica que siempre me ha maravillado. Como Mayte es de Bilbao hay un primer peldaño que cuesta poco subir para relacionarse con ella. Ya en el entresuelo te das cuenta que sabe un huevo de lo suyo. En la azotea le has mirado el escote por el que asoma un gran corazón. De Isabel siempre pensé que un día la vida le dará un premio. Se lo merece por buena gente y buena profesional aunque ahora mismo atraviesa un periodo de crisis que, sin duda, va a superar pronto. Lucía fue primero una prometedora voz al teléfono desde Japón. Cuando la voz se hizo carne y habitó entre nosotros, pude comprobar que es lista, lista, lista. Y buena, buena, buena. Y generosa, generosa, generosa. Ella sabe porqué digo esto.

 4

Y hace dos días tuve la gran cena de la empresa donde trabajo de vez en cuando. La cena vino precedida por una jornada de convivencia de esas que se organizan en las grandes empresas americanas y que a algunos nos parecen auténticas bobadas. No hay convivencia mejor que irse a un bar a contarse la vida, o directamente a la cara, sin intermediarios, animadores ni técnicas infantiloides para que “cada uno saque lo que lleva dentro”. Yo, lo que llevo dentro, lo saco cuando me da la gana y sin esfuerzo alguno, excepto si me ponen precisamente un par de cretinos para intentar sacarlo.

  

Por la noche cenamos, como digo, en un hotel céntrico de la ciudad. La mayoría de los comensales nos desconocíamos por completo, puesto que a lo largo de los últimos meses ha habido un importante número de incorporaciones. Gente, en su mayoría, “joven y muy preparada” en sus respectivos terrenos profesionales. Como siempre ocurre, nos fuimos acercando al centro de la pista los corazones afines, que con un par de tragos se hacen todavía más afines. En medio de la verbena nos quedamos, pues, los escépticos, los humanistas, los que sabemos llorar de vez en cuando, los que nos pasamos el día riéndonos, los que compartimos un parecido sentido del humor, los que no nos fallaríamos nunca, los que tenemos al amor en un alto concepto, los que nos caemos de puta madre, los que cuando alguien está triste, como yo estas navidades, aparecen de vez en cuando, de puntillas, sin querer molestar demasiado, para recordarme que siguen estando ahí: además de las cinco anteriores, Javier, Eva, Isabel, Begoña, Alfonso, Angela, Elena, Paco...

  

Ahí mismito.

Viaje fugaz

Viaje fugaz

1. Este va a ser el viaje más rápido, fugaz y probablemente absurdo que voy a hacer en mi vida a la ciudad que más amo. Para empezar en esa querida ciudad voy a estar unas cuatro horas, y la mayor parte del tiempo lo voy a emplear en empaquetarme en dos trenes y dos aviones, con los inevitables y frecuentemente molestos pasos anteriores. La razón de esta tropelía es de índole laboral, y deseo volver cuanto antes a casa porque mi chico y su perrillo “Boomer” me están esperando para jugar con la “play”. Me llevo una maletita que me compré en Madrid hace unos días, cuando al regreso de Qatar pensé que la otra, la gris estupenda que tanto nos gusta a Isa y a mí, se había quedado dando vueltas por el aeropuerto de Barajas hasta el final de los tiempos. Ahora tengo dos, la grande recuperada y otra pequeña, pensada de manera especial para llevar con ruedecillas el ordenador y algunos enseres personales.

2. Pienso en la decisión de tener un segundo blog. La verdad es que lo siento. Tengo cierto sentimiento de culpa por abandonar más de doscientos cincuenta posts como a su suerte. Sé que es una bobada, y que ahí se quedan siempre accesibles para quien quiera leerlos, pero, si normalmente le cojo apego a la ropa vieja y a los objetos de la vida diaria, cómo no tener un cierto cariño a esta cosa de difícil definición entre lo corpóreo y lo etéreo llamado blog. En cualquier caso seguiré con esta fórmula de mantener dos casas, como algunos maridos infieles pero ordenados, sin irme definitivamente de la primera hasta que vea que nuestra relación se ha hecho imposible.

3. Estos días me están pasando cosas agradables. No me gusta subrayar esta imagen de soledad y desvalimiento que estoy proyectando desde la marcha de Isa a su país, pero debo confesar que su ausencia y la tristeza de la que ahora soy mucho más consciente, consecuencia de la muerte de mis padres, me tienen bastante tocado. Por eso valoro enormemente ciertos detalles que ciertas personas están teniendo conmigo, tanto en la esfera personal, como en la profesional. Desde que escribí aquello de que me gustaría recibir sugerencias de cómo pasar unas navidades con cierta alegría no han dejado de llegarme  ofertas, invitaciones, ideas, sugerencias, planes, etc. Javier, Isabel, Eva y Bego me colman de cariño, cada uno a su manera. Mi nueva compañera Elena, a la que desde que hablamos por vez primera ya incluí en el “club de los seres queridos”, me dice cosas que me dan fuerza y confianza. Jaime, mi gran amigo de siempre, va a venir a pasar la nochebuena conmigo. Mi primita mexicana me atiende en la distancia aparente de los kilómetros y la cercanía real de un cariño nacido en lo más profundo de nuestros corazones. Amelia saca tiempo de sus quehaceres y problemas familiares y me llama por teléfono para interesarse por mí, y son muchos los que me abruman con variadas proposiciones de cenas íntimas y colectivas. Ahora el problema va a ser de agenda: me harían falta más días para poder estar con todos ellos, complacerles y agradecerles tanto detalle y consideración.

Pero cuento esto, de manera especial, porque pasaron apenas unas horas de cuando yo escribí aquel ruego para que A (sin su permiso no escribiré su nombre completo), propietaria y autora de uno de los blogs mejor escritos de entre los que leo, y residente en Zaragoza, me enviara un correo privado para invitarme a pasar con ella y su familia la cena de navidad. Me quedé de piedra, porque, además, los argumentos que empleaba para hacerlo los suscribo por completo. Me venía a decir, o así me pareció entenderlo, que nada mejor que una situación tan peculiar como esa merecía ser aderezada con un elemento más peculiar todavía. “Ponga un solo a su mesa”, podría titularse esta invitación si al final se convirtiera en moda social.

Pues bien, nada más llegar a mi ciudad he llamado a A para quedar con ella, su marido y creo que su hijo, a merendar mañana en una cafetería del centro. Allí le diré lo mucho que le agradezco esa propuesta. También le diré lo que ya le dije: me encantan sus maneras, su corrección, su generosidad desprovista de fuegos artificiales, que va discretamente directa al corazón del beneficiario, en este caso al mío. Será por tanto la tercera cita, después de conocer a Miss Calamity y a Gatopardo, de las que ya escribí hace bien poco, con personas sin cara pero con un alma evidente y tierna, a pesar de la electricidad que soportan.

  4. En casa. Se acabó un viaje absurdo, aderezado por la lluvia persistente que hizo que la mayor parte del tiempo lo empleara en coger en taxis. La gran ciudad estaba colapsada por la lluvia y por un frío intenso, y encontrar un vehículo que me llevara hasta el aeropuerto fue toda una aventura. Tuve que alquilar un "gran turismo" en la parada de la Gare du Nord que me costó un huevo. Le he cogido afición a hacer fotos y vídeos con el móvil: la gran ciudad ha sido tan solo unas cuantas fotos del Pont des Arts desde la ventanilla del taxi, y del Louvre cuando pasaba hacia Orly. Total: veinticinco minutos de reunión (no cuatro horas como pensaba) y veinticinco horas de penalidades diversas.

Juan José Carreras

Juan José Carreras

Estaba a punto de escribir sobre él en esa sección que quise llamar “Mi patria es mi infancia” y que intenta ser un resumen de mi vida. El es Juan José Carreras, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza. Fue mi profesor de esta materia en primer curso de Filosofía y Letras allá por 1972.

 Yo no he tenido maestros, y si los he tenido no me he dado cuenta. Con dos excepciones, la de mi padre y la de este hombre. Los demás me han enseñado cosas, sin duda, muchas cosas, pero siempre he tenido la sensación de no haber aprendido, sino de que me he ido encontrando con cosas aprendidas. Otro día explicaré esta sensación que se resume con una declaración de autodidactismo del que, por si hubiera alguna duda, no me siento nada orgulloso sino que considero una de las causas principales de mis carencias intelectuales. Me hubiera gustado aprender, que me enseñaran, tener capacidad para asistir y aprovechar cursos, integrados en una enseñanza sistematizada. Pero no fue así. Tal vez porque no tuve suerte y tal vez también porque soy un tipo de persona al que los pupitres le adormecen. Lo que sé no sé porqué lo sé, y prometo que esta frase no representa un brindis al sol. 

En ese contexto de vaciedad pedagógica, en un momento especialmente importante de mi juventud en el que estaba empezando a angustiarme “porque nunca iba a ser nada en la vida”, me lo encontré a él y me trasmitió dos ideas a partir de las cuales mi interior se transformó. La primera idea tenía que ver conmigo. Me dijo algo así como que me calmara, que no viviera en un estado de ansiedad paralizante. Me habló de que el tiempo perdido no es el invertido en vivir bien, y que, desde esa perspectiva, yo no había perdido el mío. Eso me tranquilizó y me puso en la disposición de comprender la siguiente idea: la Historia es la historia de la lucha de clases y no otra cosa. 

Sus métodos de trabajo me fascinaron, él me fascinó. Nos tuvo tres meses analizando “Opiniones de un payaso”, novela del escritor alemán Heinrich Boll, Premio Nobel de Literatura en ese mismo año, algo que rompía con la tradición de dictar apuntes y estudiarlos como papagayos. Nos educó en la conciencia crítica y en nuestra propia responsabilidad como estudiantes y personas. Era un hombre muy accesible, y recuerdo que mi madre, que por aquel tiempo trabajaba en el registro civil, le hizo un favor relacionado con su pasaporte que siempre me recordó con gratitud. Una tarde de verano los recuerdo a los dos hablando de cosas inverosímiles y variadas. 

No deja de ser un sarcasmo de la Historia, o, mejor dicho, de la cronología de la Historia, que su muerte, de la que me entere nada más llegar de Qatar hace dos días, haya coincidiendo con la agonía de Augusto Pinochet, el asesino chileno que protagonizó uno de los golpes de estado más infames y crueles que podemos recordar, comparable al de Franco en España. Carreras nos dirigió el punto de mira hacia las revoluciones latinoamericanas, y nos hizo leer algunos textos de Salvador Allende, en donde encontré un nuevo sentido de la justicia y que me sirvieron en aquellos años, y todavía, para creer que la esperanza en un nuevo mundo no es una estupidez sino una obligación. Siempre asocié este cariño por Chile, un país en donde jamás estuve, a las enseñanzas y al ejemplo personal de este viejo profesor que ha muerto, sin embargo, demasiado joven. 

Carreras fue también un melómano y un gran amante del teatro. Algunas veces me habló de Brecht, cuya obra conocía a la perfección, con un sentido crítico inteligente y extraordinario. Aunque no frecuenté su compañía a partir de mi marcha a Barcelona para continuar los estudios de Filología Hispánica, a mi regreso siempre que lo necesité para algo lo encontré. Pues, como he dicho, su accesibilidad, corrección y simpatía eran el mejor camino para gozar y compartir de su erudición, y a veces de su sincero y firme desacuerdo.  

Tenía la casa llena de libros y el corazón, creo, lleno de alegría de vivir.