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roberto zucco

Elecciones en la República Dominicana

Elecciones en la República Dominicana

Ayer por la mañana yo me encontraba en el aeropuero de Panamá más aburrido que una ostra y con la perspectiva de tener por delante casi tres horas de espera hasta que mi avion alzase magesuosamente el vuelo caminito de Buenos Aires. Como no sabía qué hacer, me di una vuelta por las instalaciones y encontré en la sala busness de Copa Airlines un centro de internet. Escribí un post sobre las elecciones en República Dominicana, lugar de donde había llegado minutos antes, y cuando lo hube terminado intenté buscar en Google una fotografía del presidente de la nacion caribeña, a la sazón Leonel Fernández, y que acompaña este mismo post. Cuando comencé la maniobra, el escrito misteriosamente se me borró. Nunca me había pasado, y la sensación de frustración fue tan enorme que se me quitaron las ganas de olver a intentarlo. Ahora, ya en el hotel bonaerense, no sé si tiene demasiado sentido reconstruirlo, pero lo intentaré.

Venía a reflexionar sobre los procesos políticos en España y en República Dominicana, y, fundamentalmente, en sus evidentes diferencias. Ayer no lo escribí tan claro pero hoy, después de haber dormido y recobrado fuerzas físicas e intelectuales, afirmo que se nota a la perfección el diferente desarrollo y concepto que de la democracia tenemos a uno y otro lado del Atlántico, y que yo prefiero la nuestra con todas las imperfecciones que, sin duda, tiene.

Venía a decir también que hace escasamente unas semanas sucedió un hecho lamentable: la presa de Tavera provocó más de treinta muertos en la región de Cibao, y en concreto en su capital, Santiago de los Caballeros, que es donde yo he residido los últimos diez días. Según parece, en la decisión de liberar el agua hubo indicios de negligencia, y, en cualquier caso, esa decisión fue la causante del desbordamiento, de las muertes y de la la destrucción de enseres, casas, cosechas, etc. Todo esto ha ocurrido escasamente a tres meses de las elecciones generales. ¿Os imagináis algo parecido en España? ¿Pensáis cómo podría ser el clima electoral, ya de por sí enrarecido y turbulento?

Dos sorpresas. La primera es que solo el candidato Miguel Vargas Maldonado, algo así como el representante de la oposición de izquierdas, ha osado insinuar que estas muertes podían haberse evitado. No es que diga explícitamente que haya que investigar nada. Solo que es una muestra más de la ineptitud gubernamental. Por cierto, a este Vargas Maldonado todo el mundo lo relaciona con la trama corrupta de Marbella, y con motivo del atentado en Pakistán, ha salido fotografiado en todos los diarios junto a Benazir Butho, en el seno de una antigua reunión de la Internacional Socialista. El Presidente de la República, por su parte, un hombre cabal y buen gestor, lejos de resentirse políticamente del desastre, parece ser que ha salido reforzado. ¿Cómo es posible? Pues muy sencillo: es el que más fotografías se ha hecho con viejecitas y niños embarrados, y con altavoces dirigiéndose a la población prometiendo ayudas gubernamentales. Y estas cosas en un país ajeno mayoritariamente a la reflexión política racional son determinantes.

Es decir, ya no es que no se haya utilizado el asunto como arma arrojadiza, es que, con pequeñas excepciones, el asunto ni se nombra.

La segunda sorpresa, al menos para mí, ha sido ver palpablemente cómo en algunos lugares de la tierra el debate político está descaradamente tamizado por la religión y las creencias religiosas.  Así, por ejemplo, en un spot navideño, Vargas Maldonado no tiene ningún empacho en relacionarse con la divinidad subliminalmente, reconociendo que él es "la esperanza". Otro candidato, Amable Aristy, batiendo el record de indigesto populismo, habla de los pobres (se presenta precisamente como su candidato...), y dice que no es ninguna casualidad que Jesucristo naciera entre ellos. Hasta Leonel Fernández, eso sí, en un tono más laico e institucional, termina el suyo con unas manitas de las que nace una velita navideña que sube hacia los cielos.

Intentad imaginaros una campaña electoral en España parecida a ésta...

 

 

Adiós Cataluña

Adiós Cataluña

Llevo varios días sin escribir nada, acribillado a reuniones y viajes cortos. Pero he leído un libro excelente: “Adiós, Cataluña”, de Albert Boadella, director teatral, fundador de Els Joglars, hombre polémico y significado, significadísimo en el antinacionalismo catalán, y amigo mío. Reposaba en la mesilla de noche y por fin le ha tocado el turno.

  

Me parece un libro memorable, escrito desde el despecho, la tristeza, la ternura, el humor y, siempre, en todas y cada una de sus páginas, desde la inteligencia. Está dividido en dos tipos de capítulos: los que Albert dedica al amor, y que se centran en su convivencia con Dolors Caminal, su mujer desde hace más de treinta años, y los que dedica a la guerra, es decir, a este conflicto con la tribu catalana de la que él ha decidido finalmente excluirse, teóricamente vencido.

  

Los capítulos del amor son una delicia. Yo conozco también a Dolors, pero menos que a Albert. Siempre me pareció una mujer sutil, cultivada e inteligente, con la misma sonrisa amable tanto si estamos comiendo en un buen restaurante o visitando unas obras, con barro hasta las orejas. He visto pocos cuadros suyos, pero los que he visto me parecen como ella: elaborados, sinceros y de una gran técnica, realizados con una aparente sencillez pero poseedores de una evidente complejidad que no abruma, sin embargo, a quien los observa. Es una mujer de apariencia frágil, pero rotunda, firme y exacta en sus apreciaciones. Albert va mostrando estas y otras capacidades, y la presenta como una especie de milagro en su vida, que ha sido plácida y feliz, a pesar de los pesares, gracias en buena medida a vivirla a su lado. Emplea adjetivos tiernos y generosos para describirla, subraya alguna de sus metódicas costumbres diarias y, en definitiva, nos describe una historia de amor, que encierra mucha dosis de satisfactoria cotidianeidad: los desayunos con mermeladas, las flores en casa, los detalles que para algunos serían superfluos pero que para esta pareja afortunada son, sobre todo, síntomas de un tipo de refinamiento irrenunciable. Yo sabía que se querían, lo que no sabía es que se querían tanto y tan bien.

  

La guerra. Ahí encontramos mucha tristeza, mucho sorbo amargo. Mucho de todo esto, porque yo sé que Albert nunca hubiera querido escribir estas páginas. Hace veinticinco años me dijo que se sentía feliz de saber hablar y escribir en las lenguas de Plá y de Valle Inclán. Yo pensé mucho entonces en aquella frase y me ha servido de antídoto siempre para contrarrestar el veneno ideológico de muchos queridos amigos catalanes y vascos, que lo son y lo serán siempre, y que no piensan como Albert. Esos grandes amigos con los que dejé de hablar seriamente hace tiempo de este tipo de cuestiones, por temor a perderlos y a que me pierdan por el camino.

  

Albert, como es público y notorio, denuncia una situación de opresión cultural, lingüística y política nacionalista, que viene del pujolismo y al que, en su opinión, Pasqual Maragall no puso en su momento el freno que debiera y que él esperaba. La desgracia de su diagnóstico es que la culpa no es ya solo de unos políticos que ejercen una suerte de interesada y corrupta dictadura, sino de una ciudadanía pesebrista, contaminada, cómplice, y con las facultades mentales ya demasiado erosionadas por tan prolongada sumisión. Por eso dice que se va, por eso se ha ido. El cáncer está ya demasiado extendido.

  

Pero claro, Albert es por convicción vocacional el hombre que en este país más y mejor ha desarrollado la capacidad de morir matando, y de tocar sabiamente los cojones. Son memorables las líneas que dedica a relatar sus pequeñas e inteligentes travesuras, auténticos perdigonazos en la piel del dinosaurio. Para el que no lo sepa, diré que un perdigonazo con sal escuece una barbaridad. A mí me dieron uno en el culo cuando era niño y todavía me acuerdo de sus efectos. Pues bien, esas cartas endiabladas, esas bromas salvajes, tal vez sean  munición pequeña comparada con los misiles de largo alcance que el poder emplea, con su ejército de profesionales de la cosa, entre los que Albert destaca a los periodistas de Cataluña, excluyendo a muy pocas excepciones. Pequeña pero dolorosísima. Y este señor no se ha privado jamás de utilizarla.

  

Por último, una reflexión. Yo creo que este libro sería insoportable para muchos de los que él denigra si algún día llegaran a leerlo, algo más que improbable. Independientemente de argumentos y razones, lo que le sacaría de quicio, por ejemplo, a un alcalde medio listo de Esquerra Republicana no es tanto la teoría contraria que en él se expone y desmenuza, sino la convicción de que quien lo ha escrito es un hombre feliz y enamorado, millonario y triunfador reconocido e indiscutible en su profesión.  Un hombre que le puede mandar a la mierda porque para nada necesita de sus favores, subvenciones y prebendas para seguir viviendo, desayunando y trabajando. Un hombre libre que, finalmente, se la sudan los idiotas.

  

Por eso se va, como ya hizo un día literalmente, enseñándoles metafóricamente el culo.

 

Ostentación calculada

Ostentación calculada

Estuve a punto de ir a Libia hace unos años, pero no pasé de Argelia. Siempre me atrajo ese país, no sé exactamente la razón, aunque siempre me atraen los países que han sido colonizados de manera permanente por diferentes imperios, y, finalmente, consiguieron su independencia. Y, como siempre me suele ocurrir, la atracción está en contradicción profunda con la persona concreta que rige los destinos de su población, en este caso Muammar al Ghaddaffi, alguien que, a diferencia de Sadam Hussein, ha conseguido escapar indemne de las iras de los presidentes de EEUU a pesar de ser siempre sospechoso, con mayores o menores indicios, de estar detrás de ese "enemigo en la sombra".

  

Viene esto a colación de la actitud de este dictador en Lisboa en donde se ha hecho fabricar todo un campamento base, para residir él y los doscientos miembros de su séquito mientras asiste la II Cumbre Unión Europea-Africa. Me he puesto a pensar lo que ese alojamiento puede costar a las arcas libias y después he leído algunos artículos sobre la economía del país, y su estratificación sociológica. Naturalmente me he llevado una gran sorpresa porque Libia se puede decir que es un país económicamente rico.

  

No sé si es muy riguroso lo que voy a decir, pero me parece que este país tiene un parecido sociopolítico considerable con Qatar en donde estuve ahora exactamente hace un año. Ambos son países que dependen de una única fuente económica, el petróleo en el caso de Libia y el gas marino en el de Qatar. Esa dependencia económica en un solo frente tiene sus peligros: cuando las cosas del mercado van bien, todo es magnífico, y viceversa. Ambos tienen una tasa de pobreza mínima (en el caso de Libia solo el 7% de la población), y ambos dicen que son democráticos y, en el fondo, son dictaduras más o menos encubiertas. Aún recuerdo la presencia del emir de Qatar en la ceremonia de inauguración de los Juegos Asiáticos, que a mi me recordaba a la de Franco en aquellas demostraciones sindicales del Bernabeu de los años sesenta.

  

En cualquier caso en lo que sí se parecen mucho es en la discriminación de la mujer en casi todos los aspectos de la vida, y en la ausencia real de libertades democráticas, que nadie parece echar de menos. En Libia está vigente la llamada Yamahiryya, que viene a ser como una democracia directa. Lo sorprendente es lo poco que todo esto le importa a la población, que vive en sus afanes y en sus cosas, alejada de los asuntos de la política y de la participación en las decisiones generales. En Qatar a cambio de ese silencio existía un clientelismo institucional de gran nivel. Todo el mundo calla porque todo el mundo está comprado por el estado. En Libia supongo que pasa lo mismo o parecido.

  

Si en una democracia los gestos y las formas son importantes, en estas dictaduras encubiertas y supuestamente civilizadas lo son también. La jaima de lujo de Gadafi cuesta mucho dinero, sí, pero  a través de esa ostentación, supuestamente motivada por las necesidades de su propia seguridad, se intenta transmitir una imagen al mundo de poder, dignidad e independencia nacional que a sus ciudadanos de a pié les parece también estupenda y comparten sin rechistar. Por la cuenta que les trae.

 

El aborto, otra vez

El aborto, otra vez

La policía detiene en Barcelona a Carlos Morín, médico en cuyas clínicas se hacían abortos a fetos de ocho meses y cosas así. Y el asunto saca a colación diversos temas colaterales que son los que verdaderamente me molestan. Que metan en la cárcel a este carnicero me parece un síntoma de que el sistema funciona, como suele decirse. Que vuelva a plantearse nuevamente el debate sobre aborto sí, aborto no, me parece, por el contrario, un síntoma de que el sistema no funciona del todo bien.

  

A raíz de este tema veo un debate en Antena 3. Supongo que esta cadena está en el ojo del huracán después del lamentable suceso acaecido como consecuencia de que una muchacha rusa muriera asesinada por su pareja después de asistir ambos a uno de esos programas basura que tanto gustan a la parroquia. Para cambiar esa imagen montan un debate que pretende ser muy serio y riguroso sobre el aborto con pausas publicitarias de casi veinte minutos, lo cual hace imposible seguir el hilo argumental de los debatientes. Pero bueno, en realidad para qué, si cada uno de ellos viene con su idea propia y lo que diga el de enfrente es considerado como una estupidez.

  

Y a veces con razón. Los de las asociaciones “provida” y similares atacan el aborto, faltaría más. Los progresistas lo defienden, o, mejor dicho, defienden que exista la posibilidad legal de abortar para quien desee hacerlo. Un médico dice que el debate social ya se hizo hace unos años y salió que sí. Es decir que se autorizaba el aborto en ciertos supuestos. Y Lidia Falcón denuncia que a día de hoy en Navarra, por ejemplo, ni supuestos ni hostias: allí no se aborta y punto. Faltaría más. Las navarras, como antes les pasaba a las españolas en general, se van a abortar a otro sitio y, en consecuencia, el aborto no existe.

  

Ahora yo me acuerdo de la polvareda que montaron los “providas” estos y la derecha de siempre. La derecha se opuso también al divorcio y luego han utilizado la ley a troche y moche. Me gustaría saber cuántas señoras que se oponían al aborto al final han terminado abortando. Porque al final la mayoría conseguimos una regulación bastante razonable, aunque en la práctica ha seguido habiendo problemas y resistencias. Pero la regulación, repito, era y es razonable. Y ahora viene este mamón de médico y se pasa siete pueblos. Resultado: no solo se habla de que este señor es un caradura sino que vuelve a salir a la palestra un asunto que ya estaba hablado. Este tipo ha tenido la dudosa virtud de aprovecharse de nuestras conquistas, ensuciarlas, y, de paso, beneficiarse económicamente de las mismas.

Porque comparativamente se habla poco de él y mucho de un tema del que, repito, ya hablamos en su momento y quedó claro lo que pensábamos la mayoría.

Parejas

Parejas

En esto de la bellleza y la fealdad hay mucho de subjetivo. Escribo desde una cafetería con un gran ventanal a la calle. Veo pasar personas, que van y vuelven de sus quehaceres. Me fijo especialmente en las parejas. Son complementarias. Lo juro: no he bebido mucho.

  

Quiero decir que los componentes de las parejas suelen ser complementarios: igual de guapos y de feos, con excepciones, pero con pocas excepciones. Responden a tipos estéticos similares: parecida forma de vestir, parecidos ademanes, parecidas formas educacionales, aparentemente con parecidos coeficientes intelectuales, etc. Supongo que no estoy descubriendo nada nuevo, pero nunca me había fijado en esto tan detenidamente como hoy, y nunca lo había visto tan claro.

  

Si esto es así, Schopenhauer no tendría razón cuando decía aquello de que “cada cual ama precisamente lo que le falta”, sino que, por el contrario, cada cual ama lo más parecido a sí mismo, su exacta prolongación, su propio retrato.

Con excepciones, entre las que yo me encuentro. Yo amo exactamente lo que me falta, lo que me añade algo, lo que me mejora o lo que me empeora, lo que me complementa. Me voy a poner estupendo: yo amo lo que me niega.

Fernando

Fernando

Para mi fiel y querida Amaltea.

Llego a Madrid y un taxi me deja en breves minutos en los aledaños de la plaza de Santa Ana. Vengo para despedirme de mi amigo Fernando Fernán Gómez y para decirle a Emma Cohen lo mucho que la quiero.

  

En la puerta del Teatro Español se aglomeran los periodistas y los vehículos de los diferentes medios de comunicación. Es un gran montaje que da idea de la gran popularidad de Fernando. En el interior hay mucha gente en el patio de butacas, perdidos en sus propias reflexiones y en un océano de susurros. Gente que piensa, que habla bajito, mientras por la megafonía se escuchan algunos tangos de Carlos Gardel. La penumbra es envolvente y todo tiene un aire de puesta en escena entrañable y calculada: el ataúd, en medio de la escena, y una enorme foto de Fernando presidiendolo todo. Huele a flores y a respeto profundo. Yo voy directamente hacia donde está Emma que me mira un poco perdida, “obtusa”, como ella misma confiesa bromeando. Esta mujer tiene fuerzas para todo, pero hoy la veo muy cansada, con unas enormes ojeras. Me presenta al médico que por lo visto ha estado al cuidado de Fernando hasta el último momento. Le acaricio la cara. Me pide que me siente a su lado y ella desaparece al poco rato. Desde allí, a pocos metros del féretro, veo a las personas que entran y salen y escucho sin proponérmelo las conversaciones: todos hablan del magisterio de actor fallecido.

Aquí hay tristeza, pero también, no sé cómo expresarlo, hay alegría, incluso sentido del humor.

  

Cerca de mí, sentados también en las sillas dispuestas a ambos lados del escenario, están, entre otros, Paco Algora, Julieta Serrano, Tina Sainz y Nuria Espert, que acaban de leer unos poemas. También están Massiel, Carmen Calvo, el Presidente del Senado, José Luís Alonso de Santos, etc. Gente anónima y gente muy conocida que han venido a lo mismo: a despedirse del último maestro de verdad de los escenarios españoles.

  

El féretro está recubierto de una bandera roja y negra. Fernando fue toda su vida un anarquista vocacional, y este último homenaje a sus principios me parece que contiene mucho de desafío a lo políticamente correcto. Emma luce una sonrisilla que no puede ocultar su inmenso cansancio. Ayer mismo me mandó un mail en donde me anunciaba la inminencia de la muerte.

  

Desde mi silla recuerdo el día en que los conocí a los dos, en su casa de las afueras de Madrid, y en lo amables, hospitalarios y buenos que siempre fueron conmigo a partir de entonces. En el viaje he podido leer diversas crónicas sobre la vida y la obra de Fernando que me descubren facetas que yo no conocía demasiado bien. En alguna crónica sale mi nombre, porque tengo el honor de haber sido la persona que convenció a Fernando para que dirigiera teatro después de llevar más de veinticinco años sin hacerlo. Con esa obra, de la que Fernando también era autor, consiguió un Premio Max de las Artes Escénicas que tuve también el honor de recoger en su nombre. La estatuilla estuvo en mi poder varios meses hasta que se la llevé y nos tomamos unos whiskis y unos tacos de tortilla de patata que estaban inmensos, como siempre.

  

Me saludan varios amigos y conocidos, y como Emma no aparece, me voy discretamente sin despedirme de nadie. Cuando salgo a la calle veo que se mantiene la aglomeración de los periodistas. Madrid está agitado: me encuentro a Felipe González en la puerta del Hotel Palace de donde sale para meterse en un coche oscuro. A pocos metros se prepara una manifestación antifascista. Cientos de jóvenes con un aspecto inequívoco antisistema deambulan por las inmediaciones del Museo del Prado y la estación de Atocha. Me viene este pensamiento a la cabeza: ¿Cuántos de ellos conocerán “Las bicicletas son para el verano”? La policía nacional está pertrechada con todos los artefactos para la ocasión. El día está soleado y yo me voy de esta ciudad con la inmensa tristeza de saber que nunca más veré la desgarbada figura de Fernando, ni oiré su voz maravillosa, riéndose con mis gracias. Esa voz inconfundible con la que contaba infinitas anécdotas de su larga trayectoria, verdaderas lecciones de las que he intentado aprender siempre.

Lecciones gratuitas pero, al mismo tiempo, impagables. Y pienso que haberle conocido ha sido una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.

Cercanías

Cercanías

Cercanía 1.

 

Paso parte del fin de semana en Barcelona y compruebo el asunto de los trenes de cercanías. Es un auténtico desastre. El tren llega a la estación de Tarragona y allí nos esperan unos autobuses. Todo son atenciones, que de alguna manera intentan paliar las deficiencias y las molestias: descargar las maletas, introducirlas en la bodega del autobús, etc. Toda esta maniobra genera un retraso importante. Si esto me molesta a mí, que no he tenido que madrugar y que en el fondo no tengo prisa alguna en llegar, me imagino lo que debe ser padecerlo todos los días dos veces para ir y volver del trabajo.

 

Intento fijarme en lo que en Barcelona y Cataluña todo el mundo sabe: las infraestructuras son aquí un desastre, desde luego mucho peores que las de Madrid y sus inmediaciones. Se nota que después del esfuerzo inversor que el estado hizo en el 92 con motivo de las Olimpiadas, se ha dejado un poco de la mano de dios a esta parte de España. Lo peculiar del caso es que Cataluña parece la comunidad favorecida por excelencia. Creo sinceramente que no es verdad, que ya no lo es.

 

Cercanía 2.

 

Ya en Barcelona. Me hospedo en un hotel que está en Vía Meridiana. No me gusta nada. No se corresponde para nada con la catalogación de calidad que se le supone. Es viejo, destartalado y feo y los recepcionistas no son nada simpáticos ni atentos con los clientes. Por si fuera poco, la habitación es claustrofóbica y me largo rápidamente de allí para irme a cenar con una persona que me apetece mucho ver desde hace tiempo. Cenamos en un japonés. La conversación es agradable y la copa posterior también. Amigos/as lectores: esta vez no diré de qué va el asunto. Lo que sí puedo informaros es de que la habitación está exactamente igual de desastrosa cuando llego a ella unas horas más tarde. Me duermo con la televisión encendida.

 

Cercanía 3.

 

Tren de vuelta. Misteriosamente no tuvimos que hacer ningún trayecto en autobús. Por lo visto hoy RENFE aplica otras soluciones. Nos evitamos los trasbordos pero no el retraso. Creo que me duermo un rato. Cuando me despierto, leo por encima el suplemento cultural de La Vanguardia. Aparece un artículo sobre el coeficiente intelectual de los presidentes de los Estados Unidos. Me hago una apuesta a mí mismo: deducir la inteligencia por la cara. Es curioso: los acierto todos, del más tonto al más listo, y perdón por la expresión. El más tonto no haría falta decirlo: Busch hijo, aunque el padre tampoco tiene mucho más cerebro.

 

Cercanía 4.

 

El domingo en Zaragoza es rutinario. Pierde el Zaragoza, no salgo de casa y me entero de la monumental bronca que se monta en la cumbre iberoamericana de Chile. Chaves es un tocapelotas, tiene todos los tics del dictador latinoamericano de toda la vida, con ese discurso arrogante y demagógico que unas veces se apoya en el agravio histórico y otras en un populismo infumable. Pero claro, tiene razón: Aznar es un fascista. El Rey de España le corta de malos modos, y luego se va. Tampoco me parece bien. El no es el moderador, y creo que mete la pata en las formas y el fondo. Estoy de acuerdo con Llamazares.

 

Me entero también de la monumental batalla en la estación de metro de Legazpi. Muere un chico de dieciséis años que acudía a una concentración antifascista. Después sus compañeros antifascistas queman unos cuantos contenedores en protesta por casi todo. Pobre chaval.

 

Por la tarde mi tía M. me llama desde la residencia para hacerme un diagnóstico sobre lo mal que está el mundo. Si ella supiera.

La sentencia, o la cantidad de cosas que uno sabe sin darse cuenta de que las sabe...

La sentencia, o la cantidad de cosas que uno sabe sin darse cuenta de que las sabe...

Se hace pública la sentencia y todo me parece razonable en ella. No me sorprende nada que no incluya “responsables intelectuales”, o algo por el estilo. El terrorismo islamista no es el de ETA, por ejemplo. Josu Ternera da la orden de poner una bomba y otros la ponen. Estos tipos no funcionan así. Hasta yo lo sé, que no sé nada de estos asuntos, pero el juez Garzón lo explica minuciosamente en algunos medios de comunicación para quien quiera leerle.

La sentencia deja claro que ETA no tuvo nada que ver en el 11-M... ¡Bingo! Qué curioso...  Eso también lo sabía, yo que, repito, no se nada de estos temas. Bueno, en realidad lo sabíamos millones de personas, la mitad de España. La otra mitad también lo sabía perfectamente, pero no le interesaba reconocerlo. Siempre hay una España que mira para otro lado, que le gusta vivir en la mentira, en la amnesia, engañándose a sí misma. Durante los primeros años de la postguerra se seguía fusilando en las cárceles de Franco y esa misma España iba normalmente a los teatros, tanto en provincias como en la capital, a ver los estrenos de Jacinto Benavente, primero, y Alfonso Paso y José María Pemán, después, y a jalear las gestas europeas del Real Madrid, como si nada pasara.

Oigo a Blanco decir algo que también yo sabía: Aznar fue el responsable intelectual del gran fraude, Acebes su ejecutor, y Zaplana y Rajoy sus cooperadores necesarios.

Veo a Zaplana poco después pidiendo que el presidente se desdiga. En su opinión Zapatero debe reconocer que el atentado del 11-M no tuvo que ver nada con la guerra de Irak…

Y digo yo: ¿porqué el portavoz de la oposición de derechas le pide al presidente del Gobierno de España que mienta? Porque yo, que no sé nada tampoco de estos temas, sé perfectamente que aquel brutal atentado de Atocha fue la consecuencia directa de que un presidente de España enloqueciera y nos metiera, contra la opinión mayoritaria de todo un país y su propia mala conciencia, según se ha sabido después, en una guerra injusta, ilegal y peligrosa. Es decir, más injusta, ilegal y peligrosa que las "normalitas". Una guerra que se organizó ante la evidencia de que en Irak había armas de destrucción masiva... Qué extraño: yo, que no sé nada de armas de destrucción masiva, ni de petróleo, sabía también perfectamente que Irak tenía petróleo, pero no armas de destrucción masiva... Sadam Husein era un cabronazo, pero no hacía milagros. ¿Como iba a fabricar ese tipo de armas después de que EEUU había borrado del mapa todas las instalaciones militares para poder construirlas, que los satélites espías realizaban eficazmente su trabajo, y que las medidas de aislamiento asfixiaban una economía que apenas podía producir cepillos de dientes? Si España no hubiera participado en esa guerra, a unos locos asesinos afincados en Madrid y Leganés no se les hubiera ocurrido perpetrar aquella gran salvajada a modo de respuesta. Eso yo lo sospeché entonces y ahora lo sé con certeza manifiesta. 

Por último oigo a Rubalcaba decir que no entiende como el PP se empecina en mantener un debate del que él huiría como de la peste... También a mí me extraña mucho. ¿Porqué siguen estos tipos alimentando dudas sobre la autoría, si ya nadie en su sano juicio puede tenerlas, e incluso ahora que en sus propias filas se empiezan a escuchar voces pidiendo que Rajoy de una vuelta de timón y, aunque no pida perdón ni reconozca ninguna culpa, se dedique a mirar hacia delante? Pues bien, esto último es lo único que yo, que no sé nada de estos rollos, tampoco sabría contestar. Tal vez porque soy incapaz de meterme en la cabeza de algunos locos, de algunos mentirosos complusivos, de algunos a quienes la verdad les acorrala contra la pared de la historia. Lo pagarán caro. Democráticamente caro.