Televisión
1.
Veo “Gran Hermano”. Lo empecé a ver por casualidad, y, desde ese día, no dejo de verlo ni un día a través del canal que retransmite hasta cuando roncan en la iluminada oscuridad de la habitación en la que duermen. Ni yo sé porqué lo hago, pero lo cierto es que lo hago. Los concursantes no me merecen especial interés, ni los conflictos que entre ellos se van creando. Tampoco me parece especialmente brillante el planteamiento de esta edición, en donde se incluyen trampas para los concursantes, nuevas entradas, viajes a otros países, etc. Mercedes Milá cada día está más enloquecida y autoritaria. Es decir: nada de lo que veo me gusta y, a pesar de eso, sigo viendo el programa. Supongo que un gabinete de sicólogos, comunicadores, guionistas, etc, han diseñado todo esto para que a la mayoría le pase como a mí. Es decir, que veamos algo por pura inercia, distraídamente, pero que no podamos dejar de verlo.
2.
Ayer por la mañana, tal y como estaba previsto, se perpetuó el escarnio en la plaza de San Pedro. Los “martires de la guerra civil” fueron beatificados solemnemente por el Papa Benedicto XVI. Moratinos creo que presidía la delegación española y en el informativo de CNN+ escucho y veo a un diputado socialista, nieto de uno de los susodichos, defendiendo la actuación de la Iglesia en este terreno. Después leo en Heraldo de Aragón que a lo largo de los próximos años vamos a asistir a bastantes actos similares, pues hay unos diez mil “beatificables” más...
Me parece lamentable. Repito: no debieron quemarse los conventos. Repito: la quema de conventos hay que entenderla como la respuesta airada de las masas encolerizadas contra una institución que consideraban aliada del poder histórico que los tenía sojuzgados. Repito: a estas alturas tan víctimas son los de un bando como los del otro, pero los que desencadenaron la guerra estaban solo en uno y éste es el lado rebelde, mal llamado “nacional”. Repito: la Iglesia se descalifica a sí misma distinguiendo a unos, los de ese bando rebelde, y ninguneando a los otros, el bando republicano, el de los perdedores que, estos sí, sufrieron un exterminio sistemático, tortura, persecución y cárcel hasta bien entrada la postguerra. La Iglesia entonces miraba para otro lado.
3.
Faltan unas horas para que se haga público el veredicto final sobre el juicio del 11-M. Veo a Acebes diciendo imperturbable que el PP nunca estuvo detrás de la teoría de la conspiración. Tiene razón: no estuvo nunca detrás sino delante, inventándosela, alimentándola un día sí y otro también, desde que perdieron las elecciones. Sabido es que hay una cierta tendencia de la gente a olvidar, y en los políticos a falsear la realidad para favorecer ese olvido cuando tal cosa les conviene. Pero con esas palabras Acebes se adelanta a la media normal: le falta poco para asegurar que Aznar no quiso nunca la guerra de Irak y que jamás supuso que allí hubiera armas de destrucción masiva.
4.
Me interesa “59 segundos” en la 1 de Televisión Española. Al principio me parecía la fórmula excesivamente rígida, pero ahora pienso que los periodistas que intervienen se han acostumbrado a restringir sus intervenciones, a sintetizar sus ideas, y que esa metodología sirve para evitar la verborrea innecesaria en aras de la claridad expositiva. Por lo demás, lamento extraordinariamente que a este programa ya no acuda el tipo ese de la COPE que tanto me gustaba escuchar. La caverna ahora está representada, y muy bien, por Isabel Sansebastián. No hay cosa que diga esta señora que no contenga una velada o explícita acusación al gobierno y a Rodríguez Zapatero, se esté hablando de lo que se esté hablando.
Recuerdo y echo en falta, sin embargo, aquellos programas en los que se podía hablar sin restricciones, como “La clave”, que dirigía José Luis Balbín. Un día me lo encontré en una cafetería de la calle Abascal en Madrid y se lo dije.
5.
Mi amigo Luis Alegre tiene un programa de entrevistas en la televisión aragonesa. Esta semana su invitado era Gonzalo Miró, el hijo de Pilar Miró. Luis le pregunta por su madre, y el chico, que me parece sensato y bastante normal, reflexiona sobre el linchamiento que sufrió y que finalmente le costó el puesto. Gonzalo decía que el linchamiento empleó páginas y páginas, y que todo, al final, terminó en una columna mínima en la que se intentaba restablecer el honor mancillado.
Esa es la desproporción habitual en la mayoría de los medios: 10 para insultar, vilipendiar, mentir, manipular, tergiversar, etc, y 1 para desdecirse y corregir, si llega el caso. A buenas horas.