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roberto zucco

Mitomanías (3)

Mitomanías (3)

En cuanto al trato personal, a lo largo de mi vida profesional he tenido la oportunidad de tener una relación más o menos cercana con algunas de las personas por las que sentía en ese momento una profunda admiración. En algunas ocasiones, de la admiración pasé al cariño, y en bastantes al cariño recíproco, traspasando con mucho la frontera de las relaciones laborales. Seres en su mayoría brillantes y magníficos, ejemplos de superación para mí, de los que siempre recibí algún consejo, alguna idea valiosa, algún detalle de generosidad.  

Me impresionó recientemente, por ejemplo, la sencillez del cineasta argentino Eliseo Subiela, un hombre que me esperaba sonriente a pesar del retraso con el que llegué a la cita que me concedió en un hotel de Buenos Aires. También la coreógrafa alemana Pina Bausch, (ver foto) por la que tengo una admiración extraordinaria y a la que considero la inventora de una danza que tiene mucho de teatro, incluso de teatro de texto, sin palabras. Con Pina apenas estuve unos minutos en la puerta de un teatro en Madrid, pero su mirada me llenó de paz interior. He estado también varias veces con la directora teatral francesa Ariane Mnouchkine. La primera vez en el Festival de Avignon, el año en que su compañía, Le Theatre du Soleill, vivía una crisis profunda. Después la he visto en París varias veces, y siempre me dio una imagen de reciedumbre moral, de talento y de absoluta ausencia de divismo. Con Peter Brook tuve una relación anecdótica: en su teatro Bouffes du Nord, al norte de París, me colocaron casualmente a su lado para asistir a la representación de unos de sus espectáculos. El, en la penumbra de la sala, sacó un pequeño cuaderno y estuvo anotando durante todo el espectáculo las correcciones y mejoras que después les iba a pedir a sus propios actores. Ni que decir tiene que yo perdí la perspectiva del espectáculo desde el principio y me concentré en su autor a través del rabillo de mi ojo derecho. 

Fueron importantes, por razones diversas, mis contactos y entrevistas con algunas personas del mundo del escenario. Por ejemplo con el director  José Luís Gómez, a quien considero en algunos asuntos mi maestro y a estas alturas de la vida, un buen amigo. Fui muy afortunado de quedar a comer tres veces con Jean Pierre Miquel, siempre en un restaurante de la plaza de la Bastilla de París que a él le encantaba y en donde me solía citar para hablar de un proyecto que se truncó paralelamente a su propia existencia. Jean Pierre había dejado de ser director de la Comedie Française hacía muy poco tiempo, y estaba gravemente enfermo. Conocía admirablemente bien el teatro clásico español, en especial a Tirso de Molina. Me dedicó su libro “La Ruche, mythes et réalités de la Comedie Française”, y a los pocos días de la tercera cita murió. Siempre lo recordaré como un hombre amable y sabio, que guardaba un secreto que sólo él sabía (después entendí que era la certeza de su propia muerte inminente), y que me dio un par de consejos realmente valiosos.  De esta compañía pública francesa, heredera de la del propio Molière, tuve también una excelente relación con Thierry Encise, actor de origen belga, con la quien la casualidad me había hecho coincidir machaconamente en diferentes lugares de París, y a quien le propuse un proyecto que le entusiasmó pero que finalmente tampoco pudo llevarse a cabo.  También recuerdo con gran cariño al director suizo Felix Prader, un hombre inteligente y complejo. Recientemente he conocido a Pichón Baldinú, director de la compañía argentina Delaguarda, otra persona fascinante y cercana, que se pasa el día volando por los lugares de la creatividad. Qué decir de mi “novio” Juanito Ollé, pura brillantez y sensibilidad, y del fallecido Adolfo Marsillach, con quien me corrí una juerga extraordinaria en una noche zaragozana de comienzos de la democracia cuando él interpretaba junto a José María Prada, otro gran actor, un personaje de “El arquitecto y el emperador de Asiria”, de Fernando Arrabal.  

De una manera o de otra, son importantes también para mí  los momentos compartidos con actores como Josep María Flotats, Ferruccio Soleri, primer actor del Piccolo Teatro de Milano y hombre de confianza de Giorgio Strehller, a quien conocí en Lisboa, Pepito Rubianes, que me transmite siempre optimismo y buen rollo, con el que casi me fui a vivir a Cuba una noche de caos, y Albert Vidal, que se vino a vivir a mi casa en el casco viejo de Zaragoza durante medio año y allí preparó uno de sus más conocidos espectáculos vanguardistas que le hicieron recorrer el mundo.  Con la actriz Imma Colomer, fundadora del Teatre Lliure, de Barcelona, tuve un encuentro alucinante, más bien un topetazo, tras una representación del Circo Aligre hace bastantes años. Ahora es una amiga del alma que asiste en primera fila a los momentos más importantes de mi vida. Y, por último, dejar constancia de que no había copas suficientes para beber la noche que Juan Diego me presentó a Juan Echanove, allá por el principio de los ochenta. Juan no era todavía demasiado conocido, pero su técnica y talento ya eran manifiestos en una puesta en escena de “Ivanov”, de Chejov, con dirección de su amigo Jorge Eines. La noche, como digo, se hizo muy larga, y él exhibió una de sus especialidades: realizar imitaciones magistrales de algunos personajes conocidos y algunos profesores suyos de la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, de la que todavía era alumno. No recuerdo haberme reído tanto en mi vida y él siempre que me ve me dice que tenemos que repetir aquellas gestas.

Mitomanías (2)

Mitomanías (2)

El día 8 de Diciembre de 1980, el sicópata Mark David Chapman, después de pedirle un autógrafo, le asestó seis balazos a John Lennon en la puerta del Dakota Building, situado en el número 1 de la calle 72 Oeste de Nueva York. Un edificio construido en 1881 que siempre ha estado rodeado de un halo de mal fario. Recuérdese al respecto la película de Román Polanski “La semilla del diablo”, filmada en 1961. Se terminó así de un plumazo la posibilidad de los cuatro músicos de Liverpool volvieran a reunirse en un estudio de grabación, algo que desde siempre sus seguidores habíamos mantenido en la recámara de nuestras mejores esperanzas, aunque fueran remotas.

  

Enfrente del Dakota se encuentra ahora “Strawery Field”, una zona de Central Park que fue bautizada utilizando el título de la canción que acompañaba a "Peny Lane" y que luego fue incluída en “Magical Mistery Tour”, compuesta por Lennon para los Beatles en 1967, y que fue diseñada por el arquitecto y paisajista Bruce Kelly. Debo confesar que no ha habido viaje a esta ciudad en donde no me haya acercado a ese lugar para rendir un silencioso homenaje al músico asesinado, que representa, junto con George Harrison, una página abierta de manera permanente de mi vida personal. Allí, en una zona acotada, llena de referencias a la cosmovisión del músico inglés, suelen concentrarse (solemos concentrarnos) sus admiradores de un modo respetuoso y correcto.

  

De Manhattan recuerdo también con gran cariño la tarde en que escuché junto a Nieves, mi compañera entonces y madre de mi hijo, a Woody Allen tocar el clarinete en el Michael’s Pub. Previamente habíamos disfrutado viendo cómo se bebía tranquilamente una coca cola en la mesa contigua a la nuestra en compañía de su reciente compañera coreana.

  

Berlín fue para mí hace unos años, el lugar donde el tiempo se detuvo media hora y, junto con mis amigos Felix y Sara, tuve la suerte de pasear por la casa de Bertold Brecht y su esposa, la actriz Helen Weigel. Hicimos fotos, tocamos los muebles y los enseres domésticos de la pareja, acariciamos algún ejemplar de la librería –en concreto, el Fausto, de Goethe-, y miramos por el ventanal desde el que ellos descubrían cada mañana un pequeño jardín en donde ahora reposan precisamente sus propios restos (ver foto). Parecida sensación a la sentida hace tan solo unas semanas, y que intento explicar en un post reciente, en la casa-taller de trabajo de Konstantin Stanislavski, en Moscú. Los dos grandes del teatro disponían de moradas razonablemente confortables, pero exentas por completo de elementos ornamentales vacuos. Por el contrario, un aire de esencialidad flota en ambos espacios interiores y en sus objetos. Parecido al que se respira ahora mismo en casa de Jean Claude Carrière, en París, dramaturgo de Peter Brook, biógrafo y guionista de seis o siete películas de Luis Bueñuel, en donde estuve invitado en tres ocasiones.

  

Las casas… Recuerdo que me impresionaron mucho las de Antonio Gala, en Madrid, a la que me invitó cuando yo tendría apenas veinte años, esta sí que lujosa y bellamente recargada; la de Lluis Llach en la plaza de San Jaume en Barcelona, de la que recuerdo un enorme piano de cola y las paredes prácticamente vacías; la de Albert Boadella, cercana a la cúpula, el lugar donde ensayaban sus espectáculos Els Joglars, una masía llena de cuadros y libros, entre otros los de Dolors Caminal, su esposa y también amiga mía. Esa casa se la quedó finalmente otro amigo, el actor fetiche de la compañía, Ramón Fontseré con quien he compartido horas de intimidad en el fragor de algunos bares.

Casas, cada una diferente a la otra, pero todas hechas a imagen y semejanza de las personas que las habitaban, como no podía ser de otra forma. Como la de Nuria Espert, enfrente del Teatro Real de Madrid, en la que estuve hace algunos años con José Monleón y José Sanchis Sinisterra, entre otras muchas personas, y a la que he vuelto recientemente un par de veces, de un refinado buen gusto, llena de libros y de recuerdos personales: premios, cuadros, dibujos de Rafael Alberti, etc.

Mitomanías (1)

Mitomanías (1)

A lo largo de mi vida he sentido admiración profunda por muchos artistas e intelectuales: escritores, músicos, actores, directores de escena… Sin embargo, hay pocos que han traspasado la frontera de la mitomanía. Es decir, soy un mitómano, sí, pero un mitómano muy selectivo. 

Saco esto a colación después de haber leído un magnífico post escrito por Javier Rioyo sobre el asunto, en su no menos magnífico blog,  www. blogs.elboomeran.com, que desde ahora recomiendo. Como le ha ocurrido a Rioyo, periodista, escritor y actualmente conductor de “Extravagario”, programa que emite la 2 de TVE, París ha sido una de las ciudades especialmente importantes en mi modesta pero firme trayectoria como mitómano. Dentro de la ciudad, sus tres principales cementerios son lugares especialmente estratégicos: el de Montparnasse, el de Père-Lachaise, y el menos conocido de Montmartre.  

Del primero, recuerdo con auténtica emoción el hallazgo de la tumba de César Vallejo, el poeta sobre cuya obra comencé y no concluí una tesina en la Universidad de Barcelona a mediados de los setenta. Encima de su tumba hallé una piedrecita, que alguien abandonaría de manera intencionada y que me traje a mi ciudad en un acto del que después me he arrepentido miles de veces. En la lápida (ver foto) me conmovió leer esa frase extraída de su conocido poema: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”. También se puede leer: “J’ai tant neige pourque tu dourmes, Georgette” (“He nevado tanto para que durmieras, Georgette”) Allí estuve sentado más de una hora, recordando sus poemas, “sus jueves parisinos con aguacero”, su relación de amor con Georgette, la mujer que sentía celos de Pablo Neruda, la manera como el poeta le describía a su madre la grandeza de la ciudad en la que vivió y murió finalmente. Junto a la de Vallejo, están también las tumbas de Eugène Ionesco, Samuel Beckett, Jean Paul Sartre, Simone de Beavoir, Charles Baudelaire, Margaritte Duras, el cantante Serge Geinsbourg, y tantos otros, que reciben cada día centenares de vistas, muchas de las cuales dejan su testimonio en forma de ramo de flores, tarjeta de visita o simple cajetilla de cigarrillos. 

En el Père-Lachaise, el más grande de París, ubicado en el distrito XX y concebido por el arquitecto Alexandre Theodore Brongniart, descubrí emocionado la tumba de mi admirado Molière, pero también la del pianista Michel Petrucciani, o la de Jim Morrison, el controvertido cantante de The Doors, que es siempre una de las más concurridas. Allí también están, entre otras muchas, las tumbas de Apollinaire, Maria Callas, Alfred de Musset, Marcel Proust, Isadora Duncan, la más reciente de Gilbert Becaud, etc. 

Pero debo destacar la emoción que sentí una fría mañana de invierno en el Cementerio de Montmartre, localizado en el 37 de la Avenue Samson, en el 18 arrondisrement, donde se encuentra la tumba de Héctor Berlioz, Alexandre Dumas hijo, etc. Yo buscaba la de Louis Jouvet, maestro de maestros, de quien acababa de leer varios textos sobre dirección de actores y sobre la experiencia del “Cartel”, el colectivo de directores de escena (Pitöeff, Dullin, Baty y el propio Jouvet) que cambió las directirices del teatro europeo a finales de los años veinte. Encontré finalmente la tumba de Jouvet, pero antes de hacerlo me di cuenta de que mis pies estaban nada menos que encima de los restos de Bernard Marie Koltès, al que considero como  uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX, autor entre otros textos de “Roberto Zucco”, “En la soledad de los campos de algodón”, o “Muelle Oeste”. No quiero confesar públicamente lo que se me ocurrió hacer en ese momento, una acción en consonancia con la tormentosa vida de este genial escritor, muerto en Abril de 1989 y paradigma perfecto de los conflictos, pasiones y enfermedades de finales del siglo XX. 

Pero París, claro está, no son solo sus cementerios desde esta perspectiva mitomaníaca. También existen Pigalle con sus tugurios frecuentados por los surrealistas, el boulevard Montparnasse con mi adorados cafés de las que era asiduo Luis Buñuel (El Select, la Coupole, la Closerie des Liles, o la Rotonde), y el boulevard Saint Germain, con los no menos queridos Brasserie Lipp, Le Café de Flore o Le deux Magots, mi preferido, espacios de creación y debate intelectual para Albert Camus, María Casares, Sartre, Beauvoir, etc.

Y qué decir del barrio latino, la plaza y el boulevard de Saint Michelle, que han sido lugares que por razones diferentes jamás olvidaré. Ya conté en mi blog las sensaciones que viví en el primer viaje a comienzo de los años ochenta, en donde la casualidad me llevó hasta la iglesia de Saint Severin un jueves santo, en donde una anciana de pelo blanco bailaba una danza de cuyos compases era ella la única conocedora. Nosotros veíamos bailar a una diosa de la mitología, componiendo una mágica imagen, extraída de alguno de los mejores libros de Cortazar. Poco después el azar me llevó hasta le “Polly Maggo”, situado enfrente justo de la iglesia, un bar infecto pero entrañable, de mesas de madera apolillada  y permanente olor a humedad y aguardiente, en donde escuchar a Paco Ibáñez, Leo Ferré y Jacques Brel fue una costumbre mantenida desde hacía décadas. A ese lugar volví siempre, viaje tras viaje, porque, según me explicaron unos tipos completamente borrachos allí mismo, y Emma Cohen me ratificó después, los jóvenes airados del Mayo del 68 tenían aquí uno de sus campamentos base.  

Pocas decepciones tan grandes como la que sufrí el día en que pude comprobar que tanto este pequeño espacio, como el edificio que lo contenía, situado en la rue Sain Jacques, a pocos metros del boulevard Saint Germain, había sido demolido.

Leer como necesidad

Leer como necesidad

Cuando las moléculas del cuerpo humano necesitan proteínas el estómago en concreto te solicita un filete de ternera. Entras en un restaurante y ya sabes lo que vas a pedir, incluso parece como que alguien –tu propio organismo- decidió ya el menú cuando doblaste la esquina. 

Esto es así y subraya nuestro enorme componente bioquímico. Estamos hechos de lo que estamos hechos, y por mucha poesía que le pongamos a la vida y creamos en la autonomía de la esfera espiritual, las mezclas químicas, las secreciones internas, esa prosa oscura y secreta compuesta de humedades y corrientes interiores, determina en gran medida nuestra realidad física, intelectual y afectiva.

Cuando hace años me abandonó una novia y yo andaba sumido en la melancolía más profunda, un amigo que a la sazón estudiaba Medicina me dijo que no me preocupara demasiado, que el dolor producido por el abandono de aquella ingrata adolescente estaba regulado finalmente por la secreción de una hormona de cuyo nombre no me acuerdo (de la ingrata sí: Irene...), que, como todas las secreciones, tenía fecha de caducidad. No me gustó la idea de estar tan “prederteminado”, pero cuando se me pasó la pena le agradecí mucho a la hormona que las cosas ocurrieran dentro de mí de este modo. 

Algo así debe pasar con otros aspectos de nuestra existencia. Yo, por ejemplo, he estado un año sin leer un libro. Y de esta particularidad soy el primer gran sorprendido. La achaqué a dos posibles causas. La primera podía tener relación con una especie de saturación, un empacho de literatura. Debo confesar que siempre fui un buen lector, pero nunca un lector metódico. Unos libros me llevaron a otros y así sucesivamente, y pocas veces, ni cuando en la Universidad me obligaban a ello, dediqué mucho tiempo seguido a una temática concreta. Al revés, de una novela pasé a una obra de teatro, y de ésta a una autobiografía, a un libro de poemas o a un libro de recetas culinarias, llevado más por el azar y las necesidades de orden práctico que por el rigor intelectual o el afán de culminar un estudio específico.

La segunda causa podía tener relación con la realidad de mi vida. Es decir que, por diferentes razones, no he tenido tiempo ni disposición anímica en este último periodo para enfrentarme a las páginas de un nuevo libro.  

Aunque algo de verdad debe haber en las dos teorías, la principal creo que no está ahí. La principal es que no tenía ganas de leer porque sencillamente no necesitaba leer libros. Y de pronto he necesitado volver a leer. Alguien dirá: claro, es que ahora ya te ha bajado la digestión de los libros leídos anteriormente... y dispones de más tiempo y más tranquilidad para leer… Y seguramente tendrán razón quienes piensan ambas cosas, aunque, siendo parcialmente verdad en sí mismas, no explican totalmente el fenómeno. Porque incluso me han vuelto a interesar las librerías y las otras personas que han seguido leyendo.

Confieso que, junto a la pérdida del apetito literario, me sobrevino, como a Molière, una especie de despreciativa distancia hacia los que leían mucho, o, mejor dicho, hacia quienes exportaban al exterior la disposición a hacerlo con evidente desmesura y falta de recato. Esos que no paran de citar al último autor devorado, o a los que llevan un cuaderno de citas mental que utilizan astutamente cuando les conviene dar una imagen determinada refinamiento cultural. Es decir, contra la pedantería intelectual y sus representantes.

También contra las librerías en sí mismas, como templos sagrados de la erudición excluyente, y, por supuesto, contra los libreros, infames ratoncillos de biblioteca, esos a quienes el conocimiento de  los pormenores de todas las fichas bibliográficas, incluyendo el tamaño de los libros, les exime de su lectura, y que en otro tiempo tan simpáticos me caían por su capacidad para buscar y encontrar entre las estanterías lo que yo buscaba entre las  tinieblas de mi ignorancia. 

Las cosas vuelven a su cauce, y leer vuelve a ser un placer para mí. Un placer sencillo y privado. Primero fue la prensa, o mejor dicho, la parte política e intelectual de la prensa, porque en este periodo de sequía no he dejado nunca de leer las noticias deportivas. Después, la crítica literaria de algunas revistas. Por último, ya directamente, los libros.  

Ha habido tres en concreto que han contribuido a devolverme la fe en la lectura y sus satisfacciones. Es decir, estaban en el momento adecuado, en la estantería adecuada... y son buenos. El primero es del psiquiatra Luis Rojas Marcos. Su título es “La fuerza del optimismo”. Se trata de un ensayo magnífico, correctamente escrito, y que parece que me define a mí personalmente, optimista recalcitrante. El segundo es “El libro de las ilusiones”, novela de Paul Auster que ya leí en su momento y que me ha vuelto a maravillar. De él me viene ahora una necesidad acuciante de leer "Las memorias de ultratumba", de François-René de Chataubriand. El tercero es “El misterio de la Torre Eiffel”, una novela de Pascal Lainé, que narra maravillosamente las peripecias de la construcción del monumento más emblemático de París de la mano de las biografías de algunos seres que la vieron levantarse sobre sus cabezas o tuvieron arte y parte en su construcción. 

Por cierto, este último libro me lo compré en un lugar de una hermosura sin límites, la Librería Ateneo, de Buenos Aires (ver foto), espacio que conserva la estructura de un espacio teatral anterior llamado Cine Teatro Grand Splendid y que mi amigo Nacho me recomendó durante mi reciente estancia en esa ciudad. En Internet circula un video en donde se hace un recorrido por sus recovecos. 

Esa hermosura espacial he sido capaz de saborearla ahora. Tal vez dos meses antes ni hubiera entrado en ella despreciando la abundante oferta de sus estantes por un miseable carajillo en una triste tasca de tres al cuarto. En ella encontré ese libro que acabo ahora de devorar con placer. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿La necesidad de leer me hizo entrar en la bella librería, o la belleza de la librería me llevó hasta el libro?

Sea como fuere, es el cambio de actitud hacia la lectura lo que me condujo hacia ambos, y eso debe tener más relación con la química -estado carencial de mi organismo de proteinas intelectuales en concreto- que con la espiritualidad en abstracto.

Digo yo.

Santo Domingo-Santiago de los Caballeros

Santo Domingo-Santiago de los Caballeros


1. Los trámites en el aeropuerto de El Dorado son lentos y difíciles, a pesar de que es el primero por volúmen de carga y el quinto en número de pasajeros de toda Latinoamérica. A estas horas de la mañana sus instalaciones están colapsadas de gente que se dirige a diferentes lugares del continente. Las indicaciones brillan por su ausencia, y, para colmo, en el momento de facturar el equipaje, una señorita me informa que todavía debo pagar un impuesto... ¡en dólares!. Para hacerlo debo perder mi turno, cambiar euros y regresar al punto anterior. Finalmente me subo en un avión de Copa Airlines que me deja en el aeropuerto de Tocumén, en Panamá, en algo más de una hora. Ahí compruebo que mi móvil no funciona, algo que me irrita porque ayer se me olvidó hacer un par de llamadas urgentes.

Pero bueno, ya estoy en otro avión que me deja en el Aeropuerto de Las Américas, de Santo Domingo. Al llegar se me agolpan los recuerdos. De manera especial los del último viaje: el insomnio, aquel gallo cabrón, las lluvias permanentes, el molesto lodazal de las calles de las Terrenas, y el comportamiento de algunos dominicanos que me sacó literalmente de quicio en más de una ocasión. Aquí estoy de nuevo en un país que no conocía hace apenas un año y que se ha convertido en una referencia importante en mi propia vida.

Me alojo en el Hotel Sofitel Francés, en la zona colonial. Es un edificio del siglo XVI que contiene sólo 19 habitaciones. La mía es amplia, de techos altísimos, pero no demasiado confortable. Al hotel le hace falta una reforma de servicios e instalaciones para equilibrar el precio. Lo mejor, el patio interior que sirve fundamentalmente de comedor al aire libre.

Estoy tres días aquí. En ellos paseo por la zona colonial, voy a restaurantes –como el Mesón de la Cava, en el interior de una gruta, en donde nos comemos una magnífica langosta-, y charlo con amigos y amigas. Todos ellos se quieren venir a España.

2. El taxista a quien conocí en el primer viaje me lleva con su guagua por las carreteras interiores del país en dirección a Santiago de los Caballeros. No para de hablar, de contarme anécdotas personales. Ayer, por lo visto, fue el cumpleaños de su nieto de cuatro años. A mí me encantaría que se callara un rato porque tengo un sueño de mil demonios y porque me gustaría contemplar en silencio los parajes que atravesamos, llenos de vegetación. Finalmente, a pesar de todo, me quedo dormido, y este hombre me despierta una hora más tarde diciéndome que estamos a las puertas de la ciudad. Nuestra cita es en el Macdonallds de la calle El Sol, la principal arteria.

Santiago de los Caballeros, capital de la provincia del mismo nombre y de la región del Cibao, es la segunda ciudad de la República Dominicana, tanto en población (unos 700.000 habitantes) como en importancia comercial. Wilkipedia dixit: “Santiago ha sido testigo de importantes eventos históricos. Cabe mencionar la Batalla del 30 de Marzo (1844) o Batalla de Santiago, con la cual los dominicanos consolidan su independencia y tuvo lugar en el actual Parque Imbert de esta ciudad. (…) Fue capital de la República Dominicana durante la Guerra de la Restauración (1863-1865)”. Pues eso.

Me alojo en el hotel Platinum. Lamentable. A media noche el “abanico”, es decir, el ventilador del techo, se pone en marcha sin encomendarse a dios ni al diablo. Llamo a recepción y sube un tipo, somnoliento y malhumorado, carente de imaginación. No consigue arreglarlo y se marcha sin darme ninguna solución. Se me queda cara de imbécil. Me subo encima de la cama, y atranco las aspas del cacharro con libros y revistas. Esta operación la repito las tres noches... Cuando todo parece en orden comienza una fiesta particular en una de las habitaciones cercanas. Vuelvo a llamar a recepción y un guardia de seguridad, con la misma convicción que el anterior, sube y habla con los moradores. Estos, no podía ser de otra manera, no le hacen ni caso y continúan riendo y cantando. Llamo nuevamente, y vuelve a suceder lo mismo. El silencio se instaura cuando la juerga ya no da más de sí. Momento en el cual, la pareja de la habitación de al lado se pone a follar ruidosamente. Esta vez no llamo a nadie, faltaría más, primero porque ya sé que es una pérdida de tiempo, y segundo, porque por muy esforzados que sean los amantes, la resistencia humana tiene sus límites, de lo cual hoy me congratulo aunque otras veces lo lamente... .

En Santiago estoy con una gente encantadora. Me llevan y me traen, y me enseñan el Monumento a los Héroes de la Restauración, erigido por el dictador Trujillo, obra del arquitecto Henry Gazon Bona y que se ve desde todas partes. Cenamos dos veces en el restaurante “Camp David”, situado en una montaña cercana, en donde se aprecian unas vistas excelentes, comparables a las del Tibidabo en Barcelona. Ahí mismo se exhiben algunos coches particulares del dictador. Por cierto, en este lugar tuve una conversación entrañable que dará pie, sin duda, a que revitalice la sección “Restaurantes definitivos” de este mismo blog.

3. Regreso a Santo Domingo. Me hospedo por unas horas en el Meliá. Es agradable que le conozcan a uno. Hablo bastante con el Jefe de Seguridad del Hotel, un exfutbolista de aspecto imponente, que me dice que es abuelo y que su hija vive desde hace años en España. También hablo mucho con una bellísima camarera del bar, fundamentalmente de cine, que es su pasión.

Por la tarde del día siguiente inicio el camino de regreso. Iberia se ha enrollado y no he tenido que hacer el camino inverso y volver a Buenos aires. Hubiera sido terrible. En el vuelo hablo mucho con la sobrecargo, una chica de Valladolid, alta, rubia e inteligente. Descubrimos que tenemos amistades comunes. Veo dos películas. Me gusta especialmente “El concursante”, opera prima del director gallego Rodrigo Cortés, con Leonardo Sbaraglia como protagonista, que está magnífico. Es una película inteligente, con momentos excelentes. No duermo. Escucho música y bebo cognac que me sirve amablemente mi amiga vallisoletana.

Amanece. Por la ventanilla del avión se ve Madrid. Se acabaron las vacaciones o lo que haya sido esto.

Bogotá

Bogotá

1. Llego a Bogotá y me estan esperando en el aeropuerto de El Dorado. Un taxi nos conduce por una moderna autovia hasta el Hotel Casa Medina. El edificio es sencillamente magnifico y la habitación es realmente comoda, amplia y acogedora. El interiorismo de este sensacional hotel me recuerda el de la Fundacion Santa Maria, de Alcaniz, y con este dato tambien constato que me paso la vida buscando parecidos... Su encanto comienza con su condición de Monumento Histórico de Conservación Nacional. Fue construido en 1945 por Don Santiago Medina, quien combinó artísticamente las tendencias tradicionales de la arquitectura española y francesa, confiriéndole un diseño único. A partir de 1988 el edificio fue convertido en un hotel de gran lujo que ha conservado su arquitectura original.

Dejo las maletas y me doy una vuelta por el barrio de la Candelaria. Llego en taxi a un lugar en donde unos chicos están jugando un partidillo de futbol. Me han prevenido sobre la delincuencia en esta ciudad, pero a estas alturas de la vida ando sin miedo por el mundo y este creo que es el mejor antidoto contra posibles ataques y sorpresas desagradables. Hasta ahora he puesto en practica ese método de fingir indiferencia y me ha salido siempre bien, hasta en situaciones muy pero que muy complejas. Aqui no parece que los esforzados futbolistas vayan a darme un susto, pero los espectadores, ociosos y bullangueros, y con una pinta muy especial, ya son otra cosa.

Paseo y ya desde otro taxi contemplo los bellos edificios que circundan la plaza Bolivar, muchos de los cuales han sido sutilmente habilitados para albergar actividades culturales diversas. La primera impresión de esta ciudad no puede ser mejor. Por cierto, en el avion me acojonaron un poco con un slogan turistico: "Bogotá, dos mil sesicientos metros mas cerca de las estrellas..." Automaticamente resucito mi lado hipocondriaco, muy presente siempre, y me acuerdo del llamado mal de altura del que ya me habian prevenido en Argentina y que, segun parece, se manifiesta con mareos, vómitos, etc. La verdad es que pasan las horas y no noto molestia alguna. Mis ansiedades pueden aplazarse de momento.

Tras este paseo en taxi por la Candelaria me llevan a un barrio moderno en donde hay jovenes por un tubo. Aqui todo el mundo escucha merengue, cumbia y, sobre todo, salsa. David Bisbal suena de vez en cuando provocando el delirio colectivo. Este chico verdaderamente arrasa en latinoamérica. Me aburro un poco. Mis anfitrionas hablan de cosas que no conozco y yo me refugio en largos sorbos a la cerveza Club Colombia que acabo de descubrir y que me parece tambien excelente. Estoy muerto. Quiero irme a dormir.

2. Al dia siguiente viajo a Vadellupar, la capital del Departamento de César, al norte de Colombia. El vuelo es confortable, de apenas una hora de duracion. Alli me esperan unos amigos con los que ceno una vez dejadas las maletas en el hotel. La carne en Colombia ya he podido omprobar que es excelente tambien. Esta ciudad, fundada en 1550 por los conquistadores espanoles, desde siempre ha sido un centro de produccion agricola. Como enclave turistico no tiene nada de especial, o al menos asi me lo parece, excepto ser la capital mundial del Vallenato. Una vez al año, desde el 26 hasta el 30 de Abril, se celebra aqui el Festival de la Leyenda Vallenata, una macroconcentración de intérpretes y seguidores de esta subespecie musical que yo personalmente detesto.

Transcurren las horas en este lugar del planeta en donde jamas pensé estar. Me hospedo en el Hotel Vajamar, un sitio discreto, limpio y tranquilo. Por las mañanas bajo a leer al lado de la piscina y me tomo una cerveza. En realidad esta es mi única actividad pautada. Por las tardes me dejo llevar por las conversaciones, las cervezas, las excursiones, las sorpresas. Me llevan una noche, por ejemplo, a un paraje bastante bonito, en la orilla del rio Guatapuri, en donde han colocado una sirena dorada. Jovenes montados en camionetas descapotables escuchan musica a todo volumen y beben todo lo que pueden. Se rien, bailan, se cuentan cosas de adolescentes resabiados... De pronto, irrumpe una patrulla de la policia, manda callar todas las fuentes sonoras, y sus miembros comienzan a pedir la documentacion de todo el mundo, excepto la mia y de la persona que viene conmigo. Parece ser que esta práctica es frecuente y a nadie le sorprende ni le incomoda. Buscan vendedores de droga.

3. Bogotá de nuevo. Hotel Casa Medina otra vez. Ceno razonablemente bien: un paté de la casa discreto y buen pescado. Termino el libro entre las suaves sábanas de una cama de más de dos metros. Veo por tercera vez el partido de presentacion de David Beckham con el equipo de Los Angeles Galaxy. En realidad son veinte minutos en los que el futbolista ingles casi ni toca la pelota pero que todo el mundo espera como si fuera un acontecimiento decisivo en sus propias vidas. El interes del partido en sí es mínimo, y la prueba es que cuando David sale a calentar, ya avanzada la segunda parte, las cámaras dejan prácticamente de retransmitir las acciones del juego y se centran en sus carreritas por la banda.

Me aburro, y me duermo con la television encendida, como casi siempre. Cuando suena el despertador, seis horas mas tarde, están de nuevo retransmitiendo este insulso partido. Una hora mas tarde un taxista muy amable me lleva a toda velocidad por una autopista camino del aeoropuerto. Me voy a la Republica Dominicana. Me hubiera gustado estar más tiempo en esta ciudad. Todas las sensaciones que aquí he tenido fueron buenas.

Buenos Aires

Buenos Aires

1. No recordaba que a los aviones les cuesta doce horas el viaje hasta Buenos Aires desde España. Voy en bussines class con lo cual el calvario es menor. Pero una vez que se han acabado las películas interesantes, has escuchado dos veces la selección musical, has comido y merendado, etc, lo único que queda es dormir. Afortunadamente tengo mucho sueño y se me cierran los ojos de una manera natural. Me despierto en mitad del oceano, y poco después el aparato sobrevuela Brasil. Hace unas horas estaba en Moscu, he dormido en Zaragoza y ahora estoy sobrevolando America del sur.

Antes de reflexionar sobre si esta vida viajera me gusta o me cansa, llego a Buenos Aires. Es imposible no recordar que en el aeropuerto de Ezeiza, al llegar hace ahora dos años, cuando todavia estaba preocupado sobre si funcionaria o no el telefono movil, sono una llamada y era mi madre. Lo recuerdo con extrema nitidez. Era muy temprano en Argentina y esa voz estuvo en mi interior durante toda la estancia.

Decididamente todavia no ha aprendido a ser huerfano.

Esta vez hay también otras diferencias. Vengo acompañado con personas relacionadas con mi trabajo, y puedo desocuparme de las cosas de intendencia. Es curioso: cuando viajo solo estoy extremadamente atento a todo. Pero cuando voy acompañado, delego en el grupo absolutamente todas las funciones prácticas, de tal modo que, si me quedo solo, no me aprendo las ciudades, me pierdo por las calles y soy incapaz de regresar a un lugar que conocí el día anterior aunque este a cincuenta metros de la puerta del hotel. Hace un frio intenso. Nos espera un tal Miguel, y nos lleva directamente al Hotel Caesar Park que es desde donde empiezo a escribir este largo y unico post tras el primer día aquí. Hemos venido a ver los primeros ensayos de un espectáculo teatral que se estrenará dentro de diez meses y que requiere muchas horas de pruebas y ajustes técnicos. Como estos artistas argentinos, de los que no debo decir el nombre, son encantadores y amigos personales, la estancia promete ser agradable a pesar de las bajas temperaturas. Desde aquí me marcharé a Colombia por razones estrictamente privadas.

2. Tenemos una cena con nuestros anfitriones extremadamente cálida. Comemos carne, en sus múltiples variedades. Bebemos diversos vinos tintos argentinos que a mí me saben de maravilla. Me complace ver como uno de estos amigos se ha repuesto por completo de un grave accidente que tuvo hace unos meses en el teatro y que estuvo a punto de costarle la vida. A ese buen amigo, gran aficionado al futbol,  le he traído una camiseta del Real Zaragoza. Es el regalo recíproco al que él me hizo: una camiseta de su querido Boca Juniors. Me alegra verte tan bien, querido Arielito.

3. En esta ocasión Buenos Aires me produce una magnífica impresión, superior a la de hace un par de años. Creo que la recuperación económica empieza a ser un hecho, la gente sigue siendo cálida y amable, y la ciudad, a pesar de este frío polar bastante molesto, presenta un aspecto excelente. Es grande, hermosa, multicultural, llena de bellos edificios y lugares bonitos. Se nota por todas partes la influencia española, o al menos asi me lo parece. No es exactamente una influencia sino una coincidencia de identidades. Creo que, como decía Borges, a los españoles y a los argentinos solo nos diferencia una cosa: el idioma. Y es que los argentinos en particular y los latinos en general hablan mejor que nosotros y esto no es un brindis al sol sino una certeza.

4. Los dias transcurren con placidez. El hotel es excelente y el trato de todo el personal me sirve de necesario contrapunto al del hotel Kosmos de Moscu. Asistimos a los ensayos, compro camisas en unos grandes almacenes, paseamos, leo en la habitacion del hotel, una costumbre felizmente recuperada. Me escapo alguna que otra vez a un bar que me encanta y que conoci en el anterior viaje.

5. Ultimo dia. Despues del ultimo ensayo me tomo una cerveza con un cineasta argentino al que admiro profundamente desde que vi una pelicula suya en Canal Plus sobre la generacion argentina del Mayo del 68. Es una peli profundamente optimista, algo asi como el reverso de Las invasiones barbaras, otra pelicula excelente, en donde tambien se cuenta de modo inteligente y progresista las peripecias de unos amigos que se reencuentran al cabo del tiempo pero para despedirse de uno de ellos que ha tomado la decision de suicidarrse. En la pelicula de este hombre que tengo ante mi la decision es la de seguir viviendo con dignidad y alegria, aplicando con deportividad y elegancia en la esfera privada ciertas ensenanzas de aquella experiencia revolucionaria. Me gusto tanto que desde entonces he intentado seguir su carrera y he logrado ver varias maravillas. Los mejores actores argentinos estan en sus repartos, entre ellos el magnifico Dario Grandinetti, y la casualidad ha hecho que en su ultima pelicula, que se desarrolla en Sevilla y Buenos Aires, trabajara un actor amigo que me ha facilitado su direccion y su telefono. Llego a la cita con una hora de retraso porque la autovia desde el barrio de El Tigre esta colapsada por la lluvia. A pesar de lo cual este hombre me espera y me sonrie amablemente. He sentido una emocion intensa al conocerle y le he ofrecido un proyecto que le ha interesado mucho.

5. Cena de desdepedida en un restaurante de moda en Buenos Aires. Nuestros amigos nos agasajan de manera permanente y nos han querido llevar en el ultimo momento a un lugar donde la comida y los vinos son tambien excelentes. Alguien dice que la imagen del establecimiento es newyorkina y tiene toda la razon. Hay mujeres bellisimas por todas partes, vestidas con gusto exquisito. Es un lugar que resume bien la imagen de un pais que, como decia al principio, parece salir de una larga crisis. Por ultimo nuestros amigos pretendian llevarnos despues a una sala de tangos, pero todos estamos muy cansados y renunciamos. Mañana se dispersa el grupo: Salvador se va a Bolivia, Mar se queda en Buenos Aires y yo me voy a Bogota muy temprano.

Moscú (y 4)

Moscú (y 4)

Estoy en el restaurante del aeropuerto. Ernesto se ha traído a su chico más pequeño. Es un niño precioso, muy inteligente y completamente rubio. Comemos y hablamos de Ecuador y de España. Ernesto me ha ayudado a adelantar tres días mi regreso porque finalmente no hizo falta que yo viajara hasta Belgorod, una ciudad que siempre representara para mi una incognita.

Ayer me despedía de Nathalie. Nathalie y Ernesto, dos personas hasta ahora desconocidas que me serviran para introducir rostros concretos en medio de una ciudad desapacible e inmensa, en donde no debe ser nada fácil sobrevivir. Nathalie me dió algunas claves: empleaba una hora para ir al trabajo y otra para volver en el contexto ensordecedor de un metro lleno de personas malencaradas y descontentas con su suerte. Todo ese peregrinar subterráneo antes de de ser despedida por razones que no quiso aclararme y que yo no estimé oportuno preguntar, entre otras cosas porque me parece que en un lugar como éste la vida privada es considerada por la mayoría de las personas como su único tesoro personal.

  

Decía al principio de estos posts que Moscú intentaba cambiar de imagen, introduciendo diseño y glamour. En algunos lugares esto se ha conseguido plenamente, por ejemplo en la decoracion interior d el ballisimo restaurante Pushkin, en donde cenamos de maravilla la última noche. Pero al final del viaje me sobreviene un sentimiento de pesadez existencial. Han sido unos días raros, en donde por debajo de la realidad aparente latía una sensación de extraño país llegado a duras penas al espíritu democrático, con algo más que residuos de un pasado reciente lleno de comportamientos autoritarios, de una rigidez social que ha desembocado en el abismo de los desequilibrios socioeconómicos. Contemplé mucha pobreza en el metro, mucha suciedad en los parques, mucho alcohol en las pupilas, mucho mal rollo por las calles, y algo de luz, dulzura y  alegría en algunas miradas concretas y algunos jardines. Un cierto hieratismo personal disfrazado a veces de elegancia que tal vez esconde una tragedia interior no resuelta y que las putas del vestíbulo del Hotel Kosmos representaban de maravilla.

  

Moscú es una ciudad que necesita verdaderas y poderosas razones para venir a ella. Yo tenía varias, y una en especial: conocer unos lugares que mi imaginación de hombre de teatro se ha pasado la vida evocando: la casa de Stanislavski, el Teatro de Arte de Moscú y poco más.

  Desde ese punto de vista mi viaje ha sido importante y lo recordaré con cariño hasta el final de mis días. Y  ahora regreso a España para volar hasta Buenos Aires.